Carta, 6 de diciembre

¿Mademoiselle, pudiera usted enfocar su rabia hacia mi pecho para así poder librar a mi alma del pesar que ofrece estar en carne? No pido más que su puñal desbordando mi sangre, pero de ser posible, ¡oh!, cuánto lo añoro, suicídese después de mí; o haga que algún alma presente de los que aprecio me acompañe en el romace de los psicóticos suicidas.
Amiga, han pasado apenas semanas desde que me enfrento a esta angustia de querer morir. Desde que me aseguró poder suceder como deseo le digo con premisa que tome el arma que desee, si es un revólver incluso. Pero no me deje morir solo. Nos vemos la siguiente noche en el cementerio. Llevaré el fonógrafo para, si no es mucho pedir, oh gran amiga, que grave el dolor de mi muerte. Con aprecio,
Tostoncito.
 
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