Carta a Ana

Rosario, 11 de febrero de 2022
Ana:
Hoy recordé el frío de tu tajante hablar que poco a poco cesó y sólo mantiene su arrullar nostálgico. Cómo permanece inerte, tan cruda y estática, la Luna donde habitas. Me siento oprimido por la observancia de tu promesa: has hecho del día noche y ya no hay otro sol que esa Luna morada. Oh, permíteme dar descanso a tus ojos.
Cuando te lleve tu vestido negro con retazos blancos, ya no sumergirás en el frío astral tu desnudez. Ya no tendrás que esperar cual vigía mi llegada. Seré sincero: tanto amor siento que la unión me resulta necesaria, aunque sea única vía la muerte.
Ana, hoy entendí que no existes, pero también que allí estás: en los límites de la tierra muerta, hogar de lo fallecido, pues allí lo que no existe posee un irónico fragmento de vida. No moriré cuando hoy vaya a verte. La única pena es que haya pasado tanto tiempo antes de que comprendiera que la vida no necesita de la existencia.
Durante ese tiempo te imaginé obligando al cielo el cumplimiento de tu liturgia: atracción infinita, flechazo conmovedor. Sin duda el mundo conoce lo que haces, pero él no sabe lo que yo; que cada acto producía lágrimas en tus tétricas mejillas.
Oh, Ana. Sé tanto de ti aun estando tan lejos que ya no confío en mis ojos. Quise gritarte, cantarte, verte cuanto antes; y tomé por guitarra a mis costillas.
Desangrando me aproximo,
Tu mariposa.
PD: Cierra tus violetas luceros y sigue ahí, esperándome al borde del cielo. Ya llego.
 
Atrás
Arriba