El escudo de Dios: Prefacio

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La noche transcurría calmada y cálida ese verano, incluso se podría decir era demasiado cálida, y engañosamente calmada, para los débiles sentidos humanos.

Por el lejano horizonte, hacía bastante había salido una redondeada luna llena, primero casi escarlata, como hecha de sangre, y después cada vez más blanca a medida se iba elevando por la bóveda estrellada como lo haría un Fénix envuelto en llamas; en ese preciso momento podía vérsela sobresalir por entre unas ralas nubecillas, mucho más parecida a un plato de leche, iluminando levemente el suelo con su suave luz celestial.

En tanto, en la mundana superficie, en el ensanchamiento de una solitaria carretera de la cima a manera de mirador de una poco empinada colina cubierta de vegetación y maleza desde donde podían verse las luces de la más o menos cercana ciudad, un solitario coche había llegado y se había estacionado.

El coche era un Mustang azul descapotable y estaba casi a oscuras, pero a la luz de la luna y de los faros delanteros se pudo ver como una pareja de jóvenes descendían y se dedicaban a hacerse caricias recostados en el capó, ocultos de los ojos indiscretos por la soledad reinante.

En todo caso, contrario a lo esperado por ellos, no estaban del todo solos, y desde las negras alturas unos grandes y luminosos ojos rojos habían comenzado a observarlos con detenimiento, con sus cálidos cuerpos fulgurando con una tenue luz como un halo, en uno rosada y violácea en el otro.

La muchacha era de media estatura y complexión ligeramente robusta, su corto cabello de color zanahoria, peinado como lo usan los jovencitos, semejaba una pradera durante la caída de la tarde, cuando los rayos oblicuos del sol poniente tiñen la hierba reseca con su encendida pintura, y combinaba con su minivestido grana, contrastando bastante con sus ojos verdes y con la suave piel bastante pálida.

Por su parte, su compañero era de estatura elevada y cuerpo musculoso de piel oscura, y más oscuro se veía por estar cubierto con ropas de cuero sintético negro.

En la cazadora del muchacho se reflejaba la luz de la luna y el resplandor de los faros del coche casi como si fuera metálica, puede por los múltiples broches de ese material en su superficie. Los botones lanzaban tantos destellos con cada movimiento como si fueran de plata bruñida, y como estos crecían a medida las manos sobaban los generosos muslos, ofrecidos del mismo modo por su compañera sin ningún recato. Pero todos esos besos de los labios pintados sólo servían para endulzar los últimos momentos, así como las caricias de los torneados brazos sólo conseguían adormecer los sentidos.

La criatura de ojos rojos pasó unos minutos más volando en círculos por encima del Mustang, sin dejar de observarlo todo, mas después comenzó a descender lentamente de las alturas. La luz de la luna no parecía reflejarse en su piel grisácea y recubierta de una especie de pelambre, y el zumbido de las grandes alas situadas en su musculosa espalda, membranosas como las de un murciélago, era casi opacado por el constante susurro de los insectos. Por todo esto la bestia era prácticamente invisible a los sentidos, y más si estos estaban embotados por ocuparse en otra actividad más placentera, y pronto se posó suavemente sobre la desierta carretera, cual si no pesara, no lejos de donde la pareja continuaba en sus asuntos.

De la parte inferior de la espalda del engendro partía una cola y esta empezó a menearse de un lado a otro cuando la bestia se puedo en marcha, como la de un gato acechando una presa, a pesar de ser diferente por estar provista con una filosa saeta en su punta.

La deseosa jovencita permitió a su compañero depositarla sobre el capó del coche, y se abrió de piernas cuando éste le indicó con sus manos que lo hiciera. En ese instante se pudieron ver más sus muslos debido a lo corto del vestido, y por un momento incluso se vieron sus bragas de color negro. La visión no duró mucho de todos modos, puesto el muchacho no tardó en colarse entre las piernas a medida sus sedientos labios seguían en su tarea. El deseo lo dominaba hasta un punto tal que no notó como la luz de la luna iba desapareciendo mientras la sombra de la enorme bestia se movía sin hacer ruido a sus espaldas.

La pelirroja gimió encantada con lo que le hacían y envolvió con más fuerza a su chico cuando sus bragas cedieron, el cuello con sus brazos y la pelvis entre sus piernas. El cuerpo menudo no tardó casi nada en empezar a restregarse contra su compañero en un vaivén de creciente ímpetu. Pero sus ojos verdes, por unos momentos entrecerrados, se pusieron redondos de pronto y se posaron en la criatura ahora inmóvil delante de ella, a la vez su cabeza negaba.

—No, no, espera un poco, sólo un poco —murmuró cerrando sus ojos de nuevo como para no ver a la criatura de rostro parecido a una gárgola, puede pensando se trataba de su imaginación y una vez ignorada desaparecería.

De todas formas, por lo visto el monstruo nocturno no estaba dispuesto a complacerla, y cogió a su compañero con una de sus enormes manos, provistas de filosas garras como sus patas.

El cuerpo del chico debía ser pesado si se consideraba su corpulencia, no obstante, para la bestia fue como una brizna de heno y lo levantó en compañía de la muchacha, la cual no se soltó hasta cuando el desgraciado lanzó un grito desesperado y se mostró en su verdadera forma.

—¡No…! No puede ser, no de nuevo, Morlian —gritó la chica más bien con un tono de desespero cuando pudo reponerse de su caída encima del capó del Mustang, y los ojos rojos se desviaron de la presa para ver como negaba con su cabeza. En ese momento se pudieron ver con más claridad las estrellas de seis puntas de color amarillo delineadas sobre las dilatadas pupilas del engendro—. ¿Por qué siempre me haces lo mismo, eh? ¿No podías esperar un ratito más? —preguntó visiblemente molesta la muchacha, y se sentó para cruzarse de brazos en señal de protesta, con su bello rostro enfurruñado.

—Tengo mucha hambre, Emerald, y es tu culpa… en este mundo no hay tanta comida como me prometiste —dijo Morlian con una voz cavernosa y volvió a mirar a su presa casi sin poder contenerse por más tiempo.

El demonio menor no había cesado de defenderse inútilmente de su captor tanto con sus garras como con sus dientes, y también seguía emitiendo chillidos horripilantes como si pensara liberarse con eso.

—Pero eso no es mi culpa, ¿cómo iba a imaginar los guardianes hacían demasiado bien su trabajo? Por otro lado, por cinco minutitos más o menos no ibas a morir, si te pasaste siglos en esa celda —declaró Emerald insistiendo en su punto.

—¿No ves iba a morderte, Emerald? —murmuró Morlian y descabezó a su presa con su dedo gordo como si descorchara una botella.

La chica pareció sorprendida con esa respuesta, o tal vez por como Morlian había dado muerte a su prometido de turno, y observó con la boca abierta como la pestilente sangre del demonio menor comenzaba a manar en tanto la cabeza rodaba por la carretera.

—Bueno, esa era la idea, debía comerme primero como pactamos, y una mordidita no iba a hacerme daño —musitó por fin y de su boca se escapó un suspiro de añoranza, sin embargo, en su rostro se mostró una mueca cuando vio a su interlocutor beber con cierta avidez el fluido más bien nauseabundo.

En todo caso, no tardó en disimular su repugnancia con sus habilidades propias de un súcubo, porque era cierto el Devorador tenía mucha hambre, y sabía como el olor dulce de su propia sangre podría hacerlo cometer una locura, después de todo también era una diablesa, y su amo podía olvidar su promesa como había roto hacía un momento su otro pacto.

Por otro lado, en realidad no era culpa de Morlian tampoco, éste sólo no podía evitarlo, para eso Dios lo había creado a fin de cuentas, Morlian como casi todos, a pesar de su poderío, tampoco era dueño de su destino.

—Que maldito demonio, no sirve para nada, casi no tenía sangre —dijo Morlian cuando se terminó su comida y lanzó el cuerpo inerte con descontento sin dignarse a devorarlo.

Por un momento miró de tanto en tanto a Emerald y esta se asustó y reculó pegando su espalda en el parabrisas del Mustang, mas no sucedió nada, y Morlian pronto se volvió, levantó la cabeza, y oteó el cielo nocturno.

—¿Qué es, amo? —preguntó Emerald más sumisa con Morlian, recuperándose de su susto, y de un salto se puso en cuatro patas sobre el capó del Mustang y cambió a su verdadera forma.

En ese momento se vieron sus cuernos color escarlata y su delgada cola de punta más bien felpuda, a pesar de seguir teniendo en lo fundamental unas formas propias de una hermosa hembra humana.

—Están cerca, Emerald… debemos irnos o deberé deshacerme de ellos —dijo Morlian posando sus ojos sobre la diablesa.

—Bueno, eso no sería mala idea —murmuró Emerald y se volvió levemente hacia la floresta, con su cuerpo sacudido por un estremecimiento repentino.

Por su mente volvió a pasar la idea de como una vez más la víctima podría haber sido ella.

Morlian oteó una vez más su entorno sin responderle a Emerald, y después le extendió su brazo con las estrellas de seis puntas posadas en ella.

La diablesa titubeó por un instante, y después saltó como una pantera, trepando por el brazo, hasta estar encima del hombro, cerca de una de las grandes alas.

Entonces se sujetó de la espesa pelambre, mucho más profusa en esa parte más cercana a donde estaba situado el cuello, y esperó a que Morlian despegara.

—En esta ocasión vienen dos de esos lobeznos guardianes… –dijo Morlian con su voz cavernosa y dio unos pasos por la carretera—. Es una lástima, si fueran demonios me servirían —manifestó luego y extendió sus inmensas membranas.

Entonces las patas dieron un poderoso impulso sobre la carretera, destrozándola en parte por su fuerza y lanzando el Mustang por varios metros cual un juguete, y la criatura se elevó por los cielos dando brazadas con sus alas de murciélago.

En tanto Morlian y Emerald desaparecían en la negrura, desde la vegetación saltaron a la carretera un par de enormes lobos grises, cada uno tan grande como una vaca, y como había hecho Morlian un poco antes, también otearon su entorno.

Los lobos dieron unos pasos inseguros sin la protección de la espesura, revisándolo todo con cautela y detenimiento, y se detuvieron cuando sus ojos verde fosforescente se toparon con la cabeza del demonio con las facciones crispadas.

En las cercanías de la cabeza del demonio estaba encallado el Mustang, y se distinguían fragmentos de asfalto, una rueda del coche se encontraba hundida en una grieta.

—La criatura estuvo en este sitio hace poco, no debe encontrarse lejos —dijo uno de los lobos volviendo su cabeza hacia su compañero y una vez más oteó con ruido la noche.

—De igual modo debemos esperar a la llegada de Zoter y los demás, Rufus, nosotros no podremos detenerlo —dijo el otro lobo, viendo como su compañero se movía ahora con su hocico pegado a la carretera cual siguiendo un rastro, y volvió a mirar los alrededores con desconfianza.

—Es cierto, Bezel… pero llevamos demasiado persiguiendo a la criatura y puede no la pueda detener ni Zoter para devolverla a los infiernos… viste como destrozó a nuestros compañeros cuando escapó usando la puerta, y Zoter estaba presente —murmuró Rufus.

El lobo hablaba caminando hacia donde se había parado hacía un momento Morlian, y cuando llegó dio varias vueltas con su hocico todavía pegado a la calle hasta que se topó con los restos de sangre e hizo una mueca, en ese instante se mostraron sus colmillos y levantó la cabeza expulsando aire cual si tosiera.

—Por lo visto los demonios del Príncipe también lo buscan, o será pura casualidad, pero siempre nos topemos con sus restos… —musitó una vez más Rufus, dubitativo, y le dio un golpe a la carretera con una de sus grandes patas como para echarle tierra a la sangre.

Bezel miraba a Rufus con ira en sus encendidos ojos, como siempre pasaba cuando se ponía en duda los poderes de Zoter, no obstante, a pesar de su fanatismo se esforzó para controlarse y su voz sonó calmada.

—Es posible y sea cierta la leyenda, tal vez la extraña bestia sea peligrosa para ellos, sin embargo, ese no es nuestro problema, Rufus —manifestó con parsimonia caminando hacia donde estaba Rufus.

—En caso de ser letal para los demonios no deberíamos entrometernos, la bestia podría limpiar todo este mundo humano por nosotros —dijo Rufus volviéndose hacia Bezel.

—No, nosotros somos guardianes y no podemos permitir a esa bestia demoniaca en este plano, también es nuestro enemigo como todos los demonios, y debemos detenerla, así lo ha ordenado Zoter y así será hecho —manifestó Bezel con cierta incomodidad por las reiteradas dudas de Rufus.

El cambio de humor de Bezel no pasó esta vez desapercibido a Rufus, igual éste no se molestó en contradecirlo ni pronunció una palabra, y se limitó a mirar a la luna llena sin imaginarse como desde lejos, oculta en el cielo nocturno, Emerald los miraba a espaldas de Morlian.

La pequeña diablesa pelirroja se preguntó por la causa de esa obstinación teniendo en cuenta la evidente insignificancia de sus perseguidores en comparación con Morlian, en ese instante los lobos no pasaban de parecer pequeñas hormiguitas debido a la creciente distancia y eso reforzaba su idea, acaso esos tontos todavía no se percataban del poderío del Devorador, o era no valoraban para nada sus vidas a pesar de su reciente experiencia en la puerta.

De ser por ella se hubiera desecho de todos esos, y lo seguiría haciendo hasta cuando los guardianes se convencieran y les permitieran vivir en paz, pero por desgracia Morlian se mostraba poco inclinado a matar a más guardianes a menos se viera obligado, y la culpa de todo la tenía esa criatura, la maldita niña humana había venido a complicarlo todo.

“Hmmm, tal vez si no fuera por ella, Morlian seguiría siendo como cuando lo liberé de su celda”, pensó imaginando como podría librarse de la niña, como hacía de cuando en cuando, porque la criatura no había encantado solamente a Morlian, y hasta Zemphire se había idiotizado con ella.

El ceño de Emerald se frunció como pasaba en cada ocasión cuando recordaba a la niña, en tanto continuaba observando como los lobos grises daban vueltas una vez más en las cercanías del coche azul oscuro, y luego se sonrió con sus ojos verdes refulgiendo en la penumbra.​
 
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