Galaxy I: La rebelión de los inmortales - Capítulo I

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En la enorme pantalla principal del puente podía verse una amplia región del cosmos, con cúmulos de estrellas refulgiendo en la lejanía cual si cambiaran de colores, como si estuvieran colgando en un árbol de navidad; por lo visto no había planetas en la zona desértica que se mostraba, pues en ese momento solamente se podían distinguir esas caprichosas formaciones de lucecitas parpadeando en grupos por encima de un fondo oscuro, como si de una pintura se tratara, casi todas ellas parecidas.

De todas formas, cerca del centro de la pantalla, mucho más grande que las otras estrellas de seguro debido a su relativa cercanía, brillaba destacando una diminuta enana roja, que a pesar de verse pequeña comparada con la pantalla en la que se mostraba, podría decirse insignificante, no lograba engañar a quienes la miraban como embelesados.

En efecto, el diámetro de esa estrella les era conocido, era de sólo un séptimo del diámetro del Sol, y su nombre tampoco les resultaba nada nuevo, no había dudas, esa enana encarnada era Próxima Centauri, la estrella que orbitaba a las binarias Alfa Centauri A y Alfa Centauri B, y por consiguiente estaban cerca de ese sistema. El día de dar por concluida la importante misión, por tanto, estaba bastante cerca, y por eso no era nada extraño que la vista de Próxima Centauri provocara en los corazones de la dotación del puente de mando de Galaxy I fuertes emociones; ningún error de cálculo podría confundirlos, ahora estaban casi en las inmediaciones de la estrella más próxima a su, para ese momento, lejano Sistema Solar de origen, y eso significaba que, luego de diez lustros de viaje a través de un espacio desconocido y plagado de peligros, la nave intergaláctica de la Tierra había llegado a los límites de su destino moviéndose entre paradas con una velocidad de cerca de un octavo de la velocidad de la luz. Por fin podrían descansar de la gran responsabilidad de preservar la especie humana de la extinción, porque en cuestión de meses estarían desembarcando a los cincuenta mil habitantes de la Galaxy en un planeta y todo volvería a ser como cuando vivían en la devastada Tierra… o por lo menos eso pensaban los oficiales del puente a juzgar por sus caras de ensueño.

El recinto estaba profusamente iluminado con la blanca luz emitida por la multitud de lámparas situadas en la superficie superior metálica. Era una sala rectangular enorme y en ese instante un número relativamente reducido de personas la ocupaban; nadie se podría decir en comparación con la cantidad de oficiales presentes en ella en otros momentos. Quizás por eso mismo en la vasta estancia reinaba un extraño silencio, descontando, por supuesto, el causado por la impresión de la reciente llegada. Los únicos sonidos existentes eran los provenientes de los innumerables instrumentos de abordo instalados en los paneles de los variados puestos de mando; una multitud de pulsaciones, de pitidos, y de ininteligibles cuchicheos por radio plagados de la estática provocada por las mortales radiaciones. Esa baraúnda de sonidos casi inaudibles daba la sensación de estar en un submarino en lo profundo del océano, y en cierto modo eso no era errado, sólo que el océano en donde estaba la nave intergaláctica era infinitamente más peligroso y vasto.

Por su parte, los puestos de mando en sí mismos consistían en unas plataformas deslizantes situadas a lo largo de la pared delantera del puente, un tanto por debajo de la inmensa pantalla principal rodeada de otras pantallas menores; y también en una serie de butacas rotatorias esparcidas estratégicamente por toda la sala, como las existentes en las clínicas odontológicas, de la base de las cuales se desplegaban cual ramas de un árbol varios brazos terminados en pantallas planas, y en paneles repletos de coloridos botones y lucecitas de indicadores.

En uno de estos últimos puestos, situado en el mismo centro del puente de mando, era precisamente en donde permanecía sentado un hombre algo corpulento y de rostro cubierto de barba. Los hilos de plata entremezclados en la negrura de la barba le daban la apariencia de una persona de cuarenta y tantos años, y es posible por esto mismo fuera que sobresalía entre todos los restantes; a diferencia de ese individuo de mirada serena en sus grandes ojos pardos, la mayoría de los otros oficiales tenían sus rostros rasurados, y permanecían tan excitados que ninguno de ellos estaba sentado en su respectivo puesto de mando. Pero como el resto de la dotación del puente, el hombre barbudo también se notaba absorto en sus pensamientos, e iba vestido con una escafandra MK-101 en un hombro de la cual resaltaba la bandera de la UDO[1]; sólo que el material de su vestuario era blanco y no encarnado, naranja o verde, como el de varios de los otros.

La influencia de la enana en las mentes de los oficiales del puente de Galaxy I era tan grande, que es posible que hubieran permanecido parados como estatuas por mucho más tiempo si no se hubiera escuchado una calmada voz proveniente del techo del recinto.

—Restan cinco horas más para concluir las maniobras de desaceleración de Galaxy I y entrar en velocidad interplanetaria, comandante Foreman —dijo la voz informando de la situación como mismo lo había hecho cada hora en los últimos días.

El hombre corpulento de escafandra blanca carraspeó, y se removió en su silla, en tanto en la sala del puente de mando varias personas se movían de nuevo. Los ojos pardos no tardaron en posarse en un borde de la pantalla principal, en donde unas letras en verde revelaban que eran las diez de la mañana del día 5 de septiembre del 2266, hora local de Galaxy I. El dato era importante, ese día sin lugar a dudas sería memorable para los habitantes de la nave intergaláctica de la UDO durante muchos siglos, o tal vez milenios; aun cuando también era cierto que a partir de ese momento la cantidad de tareas asignadas a cada uno podrían incrementarse significativamente.

—Sí, gracias Xerxes —murmuró el individuo posando la vista en un estrecho rostro masculino que parecía mirarlo desde la superficie de una de las pantallas planas de su puesto de mando.

Entonces volvió la cabeza levemente a la derecha y miró con los ojos entrecerrados a una muchacha de corto cabello negro y cuerpo menudo, con lo que su adusto rostro mostró una apariencia en extremo astuta.

—¡Es increíble que estemos a punto de lograrlo después de lo que hemos pasado en este horroroso viaje! —exclamó la muchacha menuda como si percibiera la mirada del hombre, y volvió su rostro, pálido y sonriente, hacia donde Foreman se encontraba; los ojos negros le brillaban con una emoción inocultable mientras juntaba sobre su pecho sus blancas manos de cortos dedos, como si rezara.

En ese instante hacía pocas horas que habían entrado en los lejanos confines de Alfa Centauri, mas sólo en ese momento se había podido hacer realmente visible la enana Próxima. La estrella les era amada como si estuviera viva no sólo por darles a conocer su pronto desembarco; había sido el faro utilizado como guía por los sistemas de navegación de Galaxy I desde la salida precipitada de la nodriza de la base orbital de la UDO en Titán, y en cierta medida era la responsable de su supervivencia. Pero la velocidad creciente de la Galaxy, y la lejanía, no les había permitido verla claramente hasta hacía unos pocos minutos atrás, cuando la nave había empezado a moverse en las cercanías de su velocidad de crucero interplanetario.

En todo caso, la vista también era posible nada más gracias a los potentes sistemas telescópicos de la cámara principal de la nave intergaláctica, pues aun si estaban a una distancia mucho más corta ahora, todavía se encontraban relativamente lejos de la estrella.

—Y sin embargo, este es solamente un comienzo, Nadia —declaró otra muchacha de largo cabello castaño y crespo, y suave piel color miel en su rostro, tal vez pensando en que los esfuerzos que todavía deberían realizar cuando llegaran a su destino final serían inmensos; como Nadia, ésta también portaba una escafandra de color blanco como la nieve, y llevaba la cabeza a la intemperie, mas a diferencia de la chica más menuda, era robusta, sus movimientos eran seguros y desenvueltos, y sus ojos eran de un hermoso verde—. En el sexto planeta del sistema Alfa Centauri A no existe la vida inteligente según los reportes de hace diez años, y es hasta posible que después de todo resulte ser inhabitable para nosotros sin terraformarlo… además, piénsalo bien, deberemos hacerlo todo desde la nada, como pasó en la Tierra durante 150 000 años por lo menos, y tenemos que hacerlo realmente rápido, en cosa de un lustro. Los Redmen pueden estar cerca de este sistema, y por lo visto nos odian a muerte, ¿o no recuerdas lo sucedido con la Tierra? —musitó con un hilo de voz, como contando un secreto, cuando la chica de corto cabello la miró, y se le acercó un poco más a Nadia cuando ésta negó con la cabeza rápidamente con una expresión como de espanto en su lindo rostro de niña—. Pero no te preocupes por eso, Nadia, por lo menos no perecimos en la travesía contra todos los pronósticos, y si tenemos que esforzarnos un poco más para colonizar el planeta gigante lo haremos; en todo caso los recursos no deben de faltar, y tenemos una dotación de científicos brillantes abordo gracias a los últimos envíos desde la Tierra —manifestó al detenerse y se rió, se diría con una emoción casi histérica—. Por eso, en el fondo me siento contenta… sí, tan contenta que tengo la sensación de que puedo explotar de un momento a otro; esos Redmen no pudieron destruirnos, aun si barrieron a los nuestros de la superficie de la Tierra como si fueran insectos nosotros creceremos y también nos vengaremos de ellos un día, espera y lo verás, Nadia —declaró convencida, mas eso, en lugar de calmar los aparentes temores de Nadia, la hicieron ponerse en guardia un instante, como si la otra fuera a saltarle encima.

—Hmmm, tú no cambias, Stephanie —dijo por fin Nadia con una voz dulce y miró de reojo a su compañera cuando ésta le prestó más atención—. La guerra nada más nos va a traer destrucción, y esos Redmen poseen una tecnología superior a la nuestra o no hubieran podido derrotar a la UDO —manifestó con un ademán de su mano, como si reconviniera a la otra, y miró la mueca en la cara de su interlocutora—. Por otro lado, si tienes tantos deseos de ir a la batalla y luchar, ¿por qué no te inscribiste en los escuadrones de Badger, o en el programa de los Magnus? Por lo menos con un poco de esfuerzo podrías haber entrado en la dotación de uno de los Neptune de nuestra flota, para ser una oficial del CIC[2] o de comunicaciones si no te gusta pilotar un Mobile Suit directamente —dijo y volvió la cara para separarse un poco y mirar otra vez a la estrella en la pantalla.

Las últimas palabras de Nadia parecieron entristecer a Stephanie, y también hicieron fruncir su ceño; la chica le dedicó una mirada a su compañera, y luego permaneció en silencio, con sus ojos verdosos en un punto indeterminado.

En tanto, en los labios de Foreman se esbozó poco a poco una sonrisa; la voz dulce de las muchachas le era placentera y se sentía orgulloso de ellas; en especial de las convicciones de la nueva generación como la de Stephanie, nacida y crecida en su nodriza. ¿Por qué la muchacha no le decía a Nadia nada de su entrenamiento en las fuerzas especiales? En ocasiones no entendía cómo pensaban las oficiales, ni aun las del puente de mando. Pero podía percibir sus ondas cerebrales, como todos los HGE[3] de la Galaxy I, y sentía la emoción en Stephanie a la sola vista de Nadia incluso si no conocía las causas. Los humanos genéticamente extendidos podían hacer un montón de cosas inalcanzables, y hasta inimaginables para un humano corriente; y por eso a Foreman le costaba también tanto esfuerzo entender la causa de la negativa de un cierto número de sus oficiales en recibir las vacunas desarrolladas como resultado del viejo proyecto Apollo, aun teniendo en cuenta lo peligroso de varios de sus efectos secundarios. En esas condiciones no podían competir en igualdad de condiciones con los modificados, ni serían realmente útiles en caso de un inesperado encuentro con sus enemigos, aun cuando también era verdad la existencia de excepciones un tanto desconcertantes reveladas en los reportes de las competiciones de combate. De no ser por las recomendaciones de la doctora Smith sobre la necesidad de mantener a un grupo de control de la población de Galaxy en estado primigenio, hubiera ordenado la obligatoriedad de convertirse en extendidos.

El comandante supremo de Galaxy I permaneció mirando bondadosamente a Nadia cuando Stephanie se separó a su vez un poco de ella; el peinado de su corto cabello le daba el aire de un desvalido chico con la escafandra puesta, y tal vez por eso daban deseos de protegerla. En ese instante la muchacha se encontraba situada cerca de un puesto de mando vacío, y sus manos se mantenían sobre el respaldo de la butaca. La escafandra hacía ver su pecho tan plano como si todavía no se hubiera desarrollado a pesar de tener al menos sesenta años. Por eso también era comprensible su temor a la guerra, y su reacción cuando se hacía mención a ella, porque a diferencia de su compañera Stephanie de veinticinco años, Nadia era una niña cuando Galaxy I partió de su sistema de origen, y pudo ver los reportes de las batallas con los Redmen. La destrucción de las flotas estelares de la UDO, y la pérdida de tantos padres de otros niños de la Galaxy I destinados en ella, debieron de conmover su consciencia infantil en su momento. Pero nadie se daría cuenta de la verdadera edad de Nadia de nada más verla gracias a las vacunas; los HGE no envejecían, ni eran afectados por una serie de enfermedades ni por las radiaciones, y sus heridas sanaban a una velocidad nunca vista. Por eso, de no ser por los efectos secundarios manifestados en unos pocos, o por los muchos muertos en los por desgracia innumerables desastres afrontados por la tripulación de la nave durante la travesía, se podría decir que la casi totalidad de los habitantes de Galaxy I se habían convertido en inmortales.

La mirada de Foreman se desvió de la chica de cabello negro para mirar a Stephanie cuando ésta por fin se movió para sentarse en su puesto de mando; era una chica tan diferente a Nadia, y no solamente por su estatura mucho más elevada, y por su cuerpo más robusto. En tanto Stephanie se colocaba unos auriculares y fruncía el ceño como para descifrar los ruidos en sus oídos por la mente del comandante paso la idea de que no había más que observarlas a ambas para percatarse de la evolución acelerada del programa iniciado por la doctora Guzmán cuando todavía estaban en los dominios de la extinta UDO. Los extendidos nacidos a su vez de otros extendidos eran presa de emociones más fuertes, tanto de las positivas como de las negativas, y eso era tan evidente en Stephanie que no había necesidad de comprobarlo. Pero una cosa sí no había cambiado, y esa era la belleza de las hembras de la especie, porque tanto si se trataba de Stephanie como si lo era de Nadia, no había diferencias entre ellas en ese aspecto, y en los labios de Foreman se expandió la sonrisa como si disfrutara de la vista de un jardín lleno de flores y aspirara sus gratos aromas.

La sonrisa en los labios del comandante duró hasta cuando Stephanie dio un salto en su puesto y corrió adonde Nadia, como si hubiera escuchado una noticia increíble por los auriculares y deseara compartirla sin tardanza. En ese instante Foreman percibió una cierta opresión sobre su pecho, aun si no sabía bien la causa. En ocasiones le sucedía eso, y podía leer en parte los pensamientos de sus subordinados sin poder descifrarlos del todo. Pero de una cosa no tenía dudas, la mente de Stephanie estaba emitiendo un patrón doloroso para su persona en ese instante, y Foreman estiró un poco su cuello con la intención de enterarse del motivo.

—¡Oh, Nadia! ¿Cómo pude olvidarme? —exclamó Stephanie tan bruscamente que la pobre Nadia dio un saltito por la inesperada sorpresa y después miró a su compañera toda azorada.

—¿Qué te propones? —preguntó algo más asustada por la cercanía creciente de la chica de ojos verdes.

—En realidad nada, sólo recordé a Pável… seguro no ha podido ver todavía la imagen de Próxima —dijo Stephanie y el rostro de Nadia se iluminó.

—Sí, deberías imprimir una copia para llevársela cuando vayas a visitarlo —dijo y vio como Stephanie asentía emocionada.

—¡Estará contento cuando la vea! —exclamó más tarde la muchacha de ojos verdes y corrió de vuelta a su puesto de mando. En una de las pantallas de éste no demoró en mostrarse una imagen ampliada de Próxima y Stephanie le ordenó a Xerxes sacar una copia—. La foto se está imprimiendo —informó luego a Nadia desde donde estaba, y corrió a donde la impresora del Centro de Información de Combate de Galaxy I para recoger el papel recién impreso.

En tanto Foreman seguía a Stephanie con la vista comprendió la causa de su desazón repentina. El muchacho llamado Pavel era un piloto de combate de las FAG-I[4] y estaba muriendo debido a una dolencia que no les era conocida a los médicos de la nodriza, pero que probablemente era uno de los varios efectos secundarios de la Omega H, la última generación de las vacunas del Apollo que les ponían a todos los tripulantes de la Galaxy cuando tenían dieciocho años. Ese hecho de por sí era lamentable para la población de una nave espacial en donde se suponía iban los últimos sobrevivientes de la especie humana; mas para el comandante Foreman era todavía peor si cabe, pues Pavel Auguste Foreman era su único hijo, lo único que sobrevivía de su difunta esposa; si doloroso es perder un hijo, lo es más cuando éste podrían haber vivido para siempre, y cuando su padre de hecho sobrevivirá por siglos repletos de sufrimientos. Pero en este caso el destino era cruel incluso con la Galaxy I, porque para colmo de males, Pavel había obtenido la puntuación más alta durante las pruebas de los nuevos modelos MWAT-9900H Magnus. La interfaz sináptica había resultado ser demasiado complicada hasta para los extendidos, pocos habían sido capaces de conectarse con ella establemente, y por eso Pavel se había convertido en uno de los pilotos de más valía ahora que se disponían a entrar en el sistema Alfa Centauri A. En caso de un encuentro inesperado con los Redmen, los Magnus podrían ser la única esperanza de salvación; eran los sistemas de combate más avanzados de toda la nave nodriza de la UDO, prácticamente indetenibles aun para una flota completa de la Tierra. Pero un Magnus sin su piloto no valía mucho, no era nada; sólo la pericia de un piloto HGE podía convertirlo en una estrella de la muerte. Por eso tal vez Foreman sintió como la ira se iba apoderando de su corazón, como cada vez que se sentía impotente ante una situación, y provocó con ella que Nadia se volviera hacia donde estaba cual si hubiera sentido un latigazo sobre su estrecha espalda, para mirarlo con extrañeza. En sus días de servicio en la Tierra, en los tiempos cuando era comodoro de la UDO, Foreman era conocido por ganar las batallas con pérdidas humanas mínimas; no le gustaba perder, y consideraba una incapacidad personal no poder salvar a su propio hijo y a la vez ver mucho más débil la fuerza ofensiva de su nave en un momento posiblemente crítico.

—¡Está lista! —exclamó Stephanie al volver llena de gozo, sin darse cuenta de nada, y se puso a agitar la hoja de papel como si estuviera húmeda; esto llamó la atención de Foreman, que posó sus ojos en ella, y la muchacha se detuvo indecisa al toparse con esa mirada.

El comandante parecía un hombre bondadoso por lo común, hacía unos meses había cumplido los noventa a pesar de no delatarlo y en su vida había aprendido a tratar a las personas. Pero cuando la ira nacía en su pecho su rostro podía dar miedo por el brillo de sus ojos y la fiera expresión de sus duras facciones. El poder en sus manos era inmenso y todos sabían lo peligroso que era incomodarlo a pesar de su fama de hombre justo. Por eso eran pocos los individuos que se atrevían a contradecirlo, y la nerviosa Stephanie, ciertamente, no estaba entre ellos.

Pero la ira de Foreman creció aun mucho más cuando un hombre delgado que estaba usando un puesto de mando de navegante, y se encontraba bastante separado de la zona central del puente, mencionó en un hilo de voz que el crucero de batalla Justice no había mandado un solo informe desde que había partido hacía cuatro meses para cumplir con la misión de reconocimiento dictada por los protocolos de seguridad de la nodriza.

—Estamos a las puertas del sistema de destino y el Justice hace meses que no da señales de vida —dijo con amargura tal vez fingida.

Las palabras insidiosas del hombre delgado, que luego se rió de un chiste de uno de sus compañeros demostrando con ello su poca preocupación real por lo sucedido al Justice, hubieran pasado desapercibidas para un humano corriente, mas habían sido escuchadas claramente por el fino oído de Foreman, y Nadia no demoró en sentir sus consecuencias.

—¡Ermak! —murmuró con reproche en su voz la muchacha de cabello negro, y posó sus ojos en donde el hombre delgado continuaba riendo, pero después volvió a mirar a Foreman con cierta pena, como si fuera la culpable del asunto.

El Justice era un crucero de batalla de clase Neptune de la UDO bastante modificado que había sido desarrollado en Galaxy I luego de su partida. En los meses anteriores el crucero había sido preparado para una larga travesía, y en cuanto comenzaron las lentas maniobras de desaceleración para poner a la nodriza en su velocidad crucero interplanetario había salido de puerto con la orden de realizar un sondeo del sistema solar a donde se dirigían. La misión consistía en penetrar profundamente dentro de los dominios de Alfa Centauri A, como lo mandaban los protocolos de seguridad de la nave intergaláctica, e informar a cada tanto de su situación para no perder contacto. En todo caso, luego de la partida no se había recibido ni un mensaje desde Justice tal como ese mismo protocolo lo dictaba. El comandante del crucero, el capitán Gaiura, no era bien visto entre los oficiales por no ser un extendido y aun así demostrar en el combate de Mobile Suit habilidades extraordinarias; muchos le tenían envidia y otros, como Ermak, se regocijaban cuando en apariencia fallaba en su cometido.

—¡Ese maldito Gaiura, siempre hace lo mismo! —exclamó Foreman cuando no pudo contenerse más, y resopló como si fuera una caldera sobrecalentada, a la vez que estrangulaba a alguien invisible con sus manos—. En cuanto lo tenga en mis manos debo castigarlo duramente… esta vez no permitiré su desbandada —murmuró un poco después, y el pasamanos de su puesto se flexionó y crujió dispuesto a romperse en cuanto su mano derecha se crispó al posarse en su superficie.

Pero lo más irritante para Foreman era que sabía que no podría castigar a su poco obediente subordinado, porque Gaiura siempre encontraba un justificante válido para su comportamiento dislocado, y le demostraba que su maniobra no programada les había sido imprescindible; la aguzada consciencia de Foreman no le permitía castigar a un hombre por hacer lo correcto aun si esto era en contra de sus órdenes expresas y, por otro lado, Gaiura le resultaba imprescindible por su pericia demostrada, como mismo pasaba con Pavel y otros pocos oficiales.

Tal vez por eso el comandante solía descargar su ira contra otra cosa, y esa vez se puso a mirar con encono a la enana en la pantalla, como si la estrella tuviera la culpa de todo.

—¡Murzduk! ¿Dónde estás? —gritó poco después Foreman, como si de pronto en su mente aflorara un recuerdo, y vio levantarse desde uno de los puestos de mando de comunicaciones situados en uno de los extremos del puente a un hombre de rostro mongoloide parecido a una montaña. El individuo saludó con calma a su superior, se diría sin demasiados deseos, y éste lo recorrió con la vista con cierta impaciencia—. Te ordeno enviar inmediatamente un mensaje hacia Alfa Centauri A demandando a Justice su pronto regreso a puerto en Galaxy I —ordenó Foreman sin preocuparse con la posibilidad real de que le hubiera pasado un percance a su crucero, porque conocía a su subordinado Gaiura y sabía de sus costumbres, sin embargo, por lo visto todavía no estuvo contento con esto, y después de resoplar otra vez, y de removerse en su puesto, señaló a Murzduk con su índice—. Y mantente enviándolo hasta la llegada de una respuesta —declaró casi con ira, y recorrió la sala con la vista.

En el rostro del mongol se mostró una mueca, y por un momento miró los alrededores de su puesto de mando como si se le hubiera perdido algo importante. El comandante de la Galaxy se percató de ese gesto y frunció a su vez el ceño; conocía el significado de esa mueca, y también de la mirada oblicua que le dedicaron los ojos rasgados del responsable de comunicaciones; sabía que a Murzduk no le gustaba enviar a ninguna parte radiogramas sin saber lo que podrían encontrarse desde su partida precipitada de la Tierra, y hacía eso cuando una orden no le era placentera. Por lo visto el hombre más corpulento de la nodriza había sido demasiado afectado por la invasión de los Redmen a su planeta de origen, como le pasaba a Nadia, y eso Foreman no podía entenderlo en un oficial de esa envergadura, porque, luego de cincuenta años no era para que su responsable de comunicaciones continuara con su miedo, estando tan lejos de la última posición conocida de los despiadados enemigos de la especie humana. Pero como la testarudez del mongol era legendaria, y Foreman sabía que en última instancia Murzduk iba a obedecerlo, optó por calmarse un poco y lo miró expectante; todos eran distintos en su nave y había ido descifrando la manera de sacar lo máximo de cada uno de ellos.

La mirada de Foreman hizo titubear a Murzduk por un instante; el gigante se tambaleó de un lado a otro como un árbol dispuesto a recostarse; no obstante, el oficial estaba consciente de que no podía negarse a una orden directa de Foreman, y pasado un momento saludó a su comandante y se dedicó a darle instrucciones a Xerxes para que se encargara de ese envío. Los movimientos de sus dedos eran tan lentos como los de sus labios, y realmente daban ganas de estrangularlo.

“¿Por qué siempre tengo que lidiar con estas personas?”, pensó Foreman todavía con la vista en Murzduk, un tanto aliviado a pesar de todo, y movió la cabeza a los lados.

El especialista en radiocomunicaciones de la Galaxy I se veía como un hombre de unos cincuenta, descendiente de mongoles refugiados en la UDO por problemas con las autoridades de la Federación del Este debido a sus ideas; mas tenía una edad más bien avanzada como pasaba también con su comandante, y se podría pensar que los pausados movimientos de su cuerpo se debían a ello, o a su corpulencia. En efecto, el hombre no parecía ser un HGE en absoluto, por lo común ágiles y dispuestos, pero a pesar de ello lo era; había recibido todas las vacunas que con los años se habían ido desarrollando en los laboratorios y por eso, en caso de necesitarlo, Murzduk podría ser veloz como una liebre a tal punto que un humano corriente no le podría seguir el paso. El incauto proceder del oficial de comunicaciones de Galaxy se debía más bien a su natural desconfianza en las decisiones precipitadas, y no a ser testarudo o cobarde como algunos solían tildarlo. En este caso, la sola idea de delatar sin proponérselo la posición de su nodriza le resultaba insoportable. ¿Cómo iba a hacerse responsable de la desaparición de los restos de la especie humana que apenas si sobrevivían en la Galaxy I soportando las grandes restricciones tanto materiales como de sus derechos? La mejor estrategia a su modo de ver consistía en exagerar el sigilo todo lo posible, y por eso se oponía a lanzar mensajes a larga distancia y hasta había cortado del todo las comunicaciones con la UDO luego de la partida, cuando los eventos le hicieron estar seguro del desenlace de la guerra con los Redmen. Los mensajes eran ilegibles para el enemigo, era cierto, mas una señal repetitiva podría delatar la presencia de la nodriza y llevarla directo a la catástrofe; era por un motivo que existía el protocolo de seguridad de enviar un crucero bastante por delante a la llegada a las inmediaciones de un sistema, y Murzduk no se sentía con deseos de violarlo en vano.

—Xerxes está enviando su orden en modo repetitivo hacia la región de Alfa Centauri, comandante Foreman… lo he encriptado utilizando las secuencias que se declararon en el momento de la partida del Justice —dijo Murzduk luego de unos segundos, y se puso de pie para caminar hacia donde Foreman se encontraba sentado, con pesado y lento paso—. Pero en mi opinión no deberíamos comunicarnos; puede ser peligroso y tal vez Gaiura no nos envíe los informes por esa causa. ¿Cómo vamos a saber si se encontró con los Redmen… o con otros hostiles? —continuó diciendo a medida que su índice se movía como si fuera un padre aleccionando a su criatura.

El resto de los tripulantes lo siguieron con la vista, por lo visto esperando un divertido espectáculo si se miraba el brillo con que los ojos refulgían; aun cuando no eran todos los afectados, y ni los ojos del comandante ni los de Nadia se vieron implicados.

“Y allá vamos de nuevo”, pensó Foreman cuando su subordinado se detuvo en sus cercanías, y respiró profundo para llenarse de paciencia y no ordenar fusilarlo.

El gesto del comandante no pasó desapercibido a Murzduk, y el gigante observó de tanto en tanto a Foreman esperando su protesta; mas esta no vino y por eso se dignó a seguir con su parlamento.

—Es conocido para mí su opinión sobre mis recomendaciones de prudencia, y no es necesario tampoco decir otra vez lo que opino, lo sabe porque lo he repetido muchas veces y debe estar cansado de oírlo —dijo con calma, otra vez como si le hablara a un niño travieso, e hizo una pausa cuando Foreman le dedicó una mirada—. Pero lo diré de nuevo de todas formas, para que mi conciencia esté limpia... no podré dormir si me mantengo callado a pesar del peligro de ir directamente a una catástrofe irrecuperable para nuestra nodriza.

—En efecto, te haces monótono en ocasiones, Murzduk —dijo Foreman y unas risas contenidas se escucharon.

—El radiograma no es necesario, y aun si nadie puede descifrar el contenido, en modo repetitivo podría servirles para localizarnos —manifestó Murzduk como si temiera con ello atraer la mala suerte hacia su nave; en tanto, su fuerte brazo derecho se levantó para señalar hacia su puesto de mando—. El Justice puede enviar un mensaje directo a nosotros e impedir con eso su dispersión, sabe nuestra posición exacta porque puede calcularla. En cambio, la Galaxy I debe transmitir para cubrir una región bastante amplia, y eso podría en serio ponernos en peligro —dijo haciendo esta vez un ademán con sus brazos como para mostrar su entorno… o como si fuera una bailarina.

El parlamento del mongol, o tal vez sus gestos exagerados, incrementó las risas; y esta vez ni Stephanie pudo contener su hilaridad y se unió a ellas, haciendo más ruido con la hoja de papel que continuaba sosteniendo en sus manos. En su mente, como en las de la masa principal de oficiales del puente, no cabía la idea de encontrarse con los Redmen en Alfa Centauri; en los días de la guerra los informes de la UDO hacían creer el plan del enemigo de apoderarse de la Tierra, y creía que allí debería de ir a buscarlos cuando estuviera preparada para tomar venganza. Pero de todas formas las reconvenciones de Murzduk, y las de otros parecidos por sus ideas estrambóticas a los ojos de todos, resultaban divertidas para una tripulación sumida en la rutina más horrorosa, y por eso solían seguirles la corriente cuando conocían que no habría por ello consecuencias.

Por su parte, Foreman solía estimular ese comportamiento pensando que era mucho más adecuado que el pánico, sin embargo, estaba consciente de los peligros a los que exponía a su tripulación sin que sus subordinados se lo recordaran, y miró a Murzduk con paciencia. Por un instante más permitió la diversión de sus oficiales del puente, y después paseó su vista por la vasta sala, con lo que contuvo las risas y provocó que la chica de ojos verdes se pusiera seria y soltara la ruidosa fotografía sobre su puesto de mando.

—No debes preocuparte, Murzduk, no pasará nada —dijo por fin, con sus ojos otra vez en el rostro chato del oficial de comunicaciones—. En este sistema no existe nadie más que nosotros, no puede haberlo o Justice lo habría comunicado aun si fuera en sus últimos momentos —manifestó después de volver a mirar a los otros como para mantenerlos en silencio, aun si tampoco estaba seguro de sus palabras; no estaba dispuesto en lo más mínimo a permitir otra ola de suicidios como la de los primeros años luego de la partida incluso si Murzduk y otros se empeñaban en divulgar rumores tan poco esperanzadores—. El comandante Gaiura podrá ser irresponsable a veces, y hasta desobediente, pero es leal a Galaxy I y daría su vida por ella —terminó dando énfasis a sus palabras con un gesto de su derecha, pero de todas formas se preparó, como siempre hacía, para escuchar un parte extendido de las razones de la prudencia de su subordinado.

—Hmmm, eso mismo pensaban en la Tierra hasta que los Redmen los exterminaron; se repetían que no pasaría nada, e incluso recuerdo como en la UDO nos limitamos a ver como la Federación del Este enviaba su Segunda Flota, y ocultamos la información cuando ésta fue destruida en los confines del sistema; como habíamos ocultado las fotografías de nuestras propias sondas de preparación de lanzamiento —dijo Murzduk con calma y miró también a todos los presentes como buscando respaldo en ellos—. Pero ahora sabemos de la existencia de otras especies hostiles… y no veo por qué alguna de ellas va a ser magnánima con nosotros, que no somos buenos con nuestros semejantes… recuerden, los Redmen no estaban solos —declaró luego de una pausa, mirando a los ojos de su comandante, y su rostro se puso pensativo, cual si de pronto se percatara de algo.

¿Era posible que debido a eso Gaiura callara, obstinado, o sería que había presentado problemas graves y todos se habían ido para siempre? En esa nave tenía una sobrina y la perspectiva de perderla no le gustaba, pero igual no iba a ayudarlos enviando una orden y si se habían perdido pronto lo sabrían pues debían estar cerca del punto de no retorno. La solución más sensata era permanecer en una órbita de Próxima envueltos por un seguro silencio, como lo habían acordado, y escudriñar sin delatarse por todo el cuadrante de las binarias. En todo caso, en última instancia podrían enviar hacía Alfa Centauri A una rápida Kestrel de exploración, y así ponerse en contacto con Justice sin riesgo o confirmar su pérdida. El espacio es un sitio peligroso en extremo y aun sin la presencia de enemigos Gaiura podría haber desaparecido con su nave; por algo no eran muchos los voluntarios para salir de la nodriza e internarse en el vacío a miles de millones de kilómetros de ella. Tan sólo gracias a los locos como Gaiura podían aún llevarse a cabo misiones como esa.

—¡Bah! —murmuró Foreman para sí después de posar sus ojos en los de la chica de cabello negro.

Por un motivo u otro Nadia lo estaba mirando con los ojos suplicantes y eso volvió a ponerlo nervioso.

Entonces, luego de una pausa, hizo un gesto de desdén con la mano izquierda, cosa que sacó a Murzduk de sus meditaciones.

—No sé por qué no me entiende, comandante Foreman, si lo que le digo no es nada nuevo —dijo Murzduk negando con la cabeza y se encogió de hombros.

La muchacha menuda recogió a su vez sus estrechos hombros en señal de evidente miedo, cosa que se le notaba en su rostro de niña por sus cejas unidas y su mirada lastimera, y negó igualmente con su cabeza, pero por un motivo distinto.

En el pasado Murzduk se había opuesto a una misión de reabastecimiento durante una de las reuniones, había dicho a Foreman que no enviaran ninguna de las Goliath a una recogida de recursos, o por lo menos se enviara primero un escuadrón de Kestrel de reconocimiento. En la ruta de Galaxy I se había cruzado un planetoide perdido y los sistemas de la nave habían detectado en sus polos grandes depósitos de hidrógeno congelado, cosa que constituía una rareza única, un regalo de los cielos puesto que la Galaxy se encontraba escasa de combustible para sus pilas y para las maniobras de sus consumidores propulsores. La presencia del hidrógeno hizo pensar a algunos en la posibilidad de la existencia de agua, y eso inclinó la balanza a favor de mandar a los recolectores sin pérdida de tiempo; ese recurso resultaba aún más valioso pues en sí mismo contenía hidrógeno y oxígeno. En todo caso, las maniobras eran lentas y la mar de engorrosas, y no había mucho tiempo para tomar decisiones elaboradas; y cuando le preguntaron a Murzduk la razón por la que recomendaba esa estrategia no la supo y en su lugar mencionó una pesadilla, cosa que provocó que hasta a Foreman, que era precavido en casos como esos en que se hacía algo por primera vez como eso de lanzar varios de los recolectores sin haber concluido operaciones, se le saltaran las lagrimas de la risa. Por eso decidieron lanzar las Goliath y éstas desviaron su ruta en medio de las maniobras de desaceleración gradual y cambiaron su rumbo a enorme velocidad, frenando con sus retropropulsores, para entrar en una órbita del planetoide; era de esperar que para cuando estuvieran cargadas con su valioso premio pudieran encontrarse con la nodriza a unos millones de kilómetros de ese punto.

Todo iba de maravillas en la misión hasta que la catástrofe sobrevino, una de las más destructivas por las que pasaron en su largo camino de ida sin retorno, y sucedió en cuanto una Goliath entró en la órbita y se encontró con un enemigo letal en su camino.

El planetoide debió de salirse de su órbita hacía milenios, luego de una colisión con un cuerpo masivo, y llevaba una estela de rocas consigo, rocas de un diámetro que no detectaron los sistemas a distancia y que provocaron la pérdida de cientos de vidas al penetrar el casco poco blindado de la primera Goliath y dañar también gravemente a otras con la explosión de ésta. El mismo Foreman debió de pagar un precio alto por la decisión puesto que su esposa, la madre de Pável, era la capitana de una de las Goliath dañadas por la segunda explosión ocurrida cuando su nave intentaba salvar a los sobrevivientes de los primeros recolectores caídos.

—No debes preocuparte demasiado, Murzduk, no pasará nada —insistió Foreman con la voz pausada, como si hablara a un niño, después de respirar profundamente para llenarse otra vez de paciencia.

La chica menuda lo miró con sus ojos negros horrorizados y sus pies dieron por si solos unos pasos a medida que extendía sus brazos, como si deseara decir algo sin que le salieran las palabras.

—Hmmm, eso espero, comandante Foreman... Nosotros no somos muchos en Galaxy I, solamente un poco más de cincuenta mil personas —respondió Murzduk y sus ojos rasgados parecieron centellear bajo la luz blanca que los iluminaba. Pero los ojos de su superior más bien echaron fuego por esa velada insinuación acerca de los suicidios masivos de los tripulantes, puesto que la población de la nodriza debía haber llegado a los 3 millones por lo menos y para eso se habían incluido en su diseño los módulos para ampliaciones—. Nuestra población no ha crecido como esperaban en la Tierra antes del lanzamiento, y no hemos tenido la necesidad ni de utilizar los módulos de extensión… no estamos en condiciones de meternos en una guerra contra nadie, y menos contra una especie que nos supera —manifestó después de una pausa, al darse cuenta de los pensamientos de Foreman, como para suavizar las cosas.

El comandante supremo de Galaxy I respiró pesadamente en tanto su rostro se cubría de encarnado; en el puente de mando muchos lo miraron esperando estallara, mas esta vez también logró controlarse y se sonrió con esfuerzo.

—Este Murzduk es demasiado desconfiado —murmuró Foreman con otro ademán de desdén, y miró a Nadia; la chica le pareció tan asustada esta vez que le guiñó un ojo para darle confianza.

La muchacha miró a su vez con ojos preocupados a su comandante, y caminó más hacia su puesto de mando para decirle que deberían escuchar a Murzduk. La horrible destrucción de las Goliath, y las grandes pérdidas de vidas, no se iban de su mente; ella misma se había ofrecido para cuidar a los huérfanos durante los primeros días luego de la catástrofe. Pero en ese momento Stephanie se precipitó sobre ella a sus espaldas, y la estrujó de una manera contra su cuerpo con su brazo derecho, que en el rostro de niña de Nadia se dibujó una mueca. La otra mano de su compañera le revolvió su corto cabello negro y la despeinó con saña, haciendo que su cabeza se convirtiera rápidamente en un nido.

—Pequeña Nadia, vamos a llevarle a Pavel la imagen de Próxima para que se ponga contento —murmuró la chica de ojos verdes sin dejar escapar a Nadia mientras ésta se debatía en vano—. Recuerda que decía que no podría verla y tal vez ahora le sirva para curarse.

—¡Está bien! ¡Está bien! Pero suéltame ya, Stephanie. ¡No seas salvaje…! —gritó la muchacha menuda con los ojos desorbitados, intentando todavía liberarse—. ¿Es que deseas destrozarme las costillas… o planeas matarme rompiéndome la nuca?

El comandante Foreman y Murzduk miraron la escena como si no pudieran creerlo, y lo mismo pasó con otros oficiales del puente.

—¡Bah! No seas como una niñita remilgada, Nadia, si tienes como cien años —replicó Stephanie, y se rió manipulando a su compañera como a una plumita a merced de sus deseos, pues era hasta más fuerte de lo que se le notaba a simple vista—. Eres una ancianita como las de los cuentos, Nadia, y te estás volviendo pesada —manifestó y Nadia la miró con asombro por un instante, como preguntándose cuál de las dos era la más pesada.

—¡Ay…! ¡No me hagas esto y suéltame! ¡No me gustas cuando te pones juguetona, Stephanie! —protestó pronto Nadia, pataleando, y de improviso logró soltarse para salir del “cariñoso” abrazo y ponerse a huir de un costado a otro de la sala, con la otra muchacha detrás de su rastro.

Esto provocó un estallido de risas más grande del causado por Murzduk con sus, si se viene a ver, vistas protestas de siempre.

—Eres una pesada, una bruja —decía Stephanie, riendo y corriendo detrás de Nadia para que no se le escapara.

En tanto las chicas parecían divertirse como niñas, Murzduk se encogió de hombros y regresó a su puesto de mando moviendo la cabeza a los lados; era evidente el poco caso que todos hacían a sus reconvenciones de nada más ver la escena montada por las muchachas. El comandante Foreman, por su parte, se fue serenando; la ira en su corazón abandonó su mente hasta el punto de que en su rostro barbudo volvió a dibujarse una leve sonrisa. Por lo común no permitía un comportamiento como ese en su puente de mando, pero dadas las circunstancias y las palabras de Murzduk pensó en permitir un poco de diversión a sus oficiales.

Sin embargo, cuando Nadia en su carrera se estrelló en su puesto y fue a parar a su regazo, tal vez premeditadamente, decidió poner orden en la sala.

—Bueno, Stephanie. No molestes a Nadia, que este es un sitio serio —dijo Foreman poniendo su rostro de mando y su mano derecha descansó sobre la cabeza de la chica de corto cabello negro, que no se movió de la protección que le daba con su cuerpo el comandante, como si eso no fuera nada nuevo.

Las risas volvieron a esfumarse, como por encanto, y los ocupantes del puente se apresuraron a ocupar sus puestos, como si desearan enmendarse.

—Lo siento, comandante Foreman. Es que de pronto me sentí eufórica.… Debe de ser por la cercanía de la estrella —dijo como disculpa Stephanie, jadeando y con su rostro colorado, y miró a Nadia, que le sacó la lengua. La muchacha de ojos verdes se puso en firme y saludó con la cara seria—. ¡Con su permiso, me retiro a cumplir con mis obligaciones! —manifestó y se dirigió obediente hacia su propio puesto de mando.

—¡Muchas gracias por salvarme, papaíto! —exclamó Nadia por su parte, en voz baja, y restregó su cabeza en la enorme mano de la escafandra de Foreman, como lo haría una gatita.

La chica era la hija de uno de los ingenieros principales de Galaxy I, creador de los sistemas de combate Magnus, y gracias a eso había conocido a Foreman desde niña y se habían relacionado cuando el comandante estaba deprimido por la pérdida de la madre de Pavel durante la catástrofe de las Goliath.

El comandante le sonrió a Nadia, y pasó su mano otra vez por la pequeña cabeza de sedoso cabello. La mano se movió acariciante y la linda muchacha se oprimió contra el cuerpo del hombre como si padeciera frío, sin inhibirse, con sus brazos alrededor del robusto cuello.

Foreman tampoco pareció sentir ningún desagrado con la compañía, incluso cuando pronto su rostro se puso pensativo y sus ojos miraron a Stephanie, que se removía intranquila en su puesto con sus ojos en la fotografía de Próxima, como si debajo de ella hubiera un hormiguero y no un asiento mullido.

En realidad comprendía bien a Stephanie, su vida había pasado hasta ese momento dentro de la Galaxy I y nunca había estado ni en la Tierra ni en cualquier otro planeta; no había estado en un mundo suficientemente grande para ella. Esa chica vivaracha solamente conocía la existencia de un umbroso bosque por las grabaciones de los archivos, y las relativamente escasas plantaciones que existían en la nave, y eso iba en contra de la naturaleza humana, que evolucionó en un entorno diferente a las paredes metálicas que los rodeaban continuamente, y que daban la impresión de ser tan grises aun si eran de otro color que deprimirían a cualquiera que las mirara. Era evidente que ella necesitaba con urgencia una gran pradera donde correr libremente y se la imaginó haciéndolo, con la brisa revolviendo su largo y crespo cabello castaño y una sonrisa en sus labios carnosos.

El mismo Foreman recordaba a veces el inmenso océano y se entristecía, pues desde niño había estado relacionado con los mares; no sólo porque su padre era capitán de uno de esos cruceros marinos y se la pasaba mirando los mapas mundi para ver en dónde estaba cada día, sino porque vivía cerca de la costa y se iba a pescar a menudo con sus compañeritos de la escuela. En Galaxy I no había un océano, era un mundo demasiado limitado, y seguro que era por eso que en varias ocasiones había soñado que estaba en la costa, recostado en una solitaria y calurosa orilla, como cuando era un muchacho y se ensimismaba soñando con ser comandante de una nave a la vez que miraba las nubes; era tan emocionante soñar con descubrir nuevas tierras igual que lo hacían los astronautas que plagaban las novelas de aventuras que leía en la UDO. Pero ese sueño era diferente, y no sabía el motivo de su repetición constante a pesar de sus distintas variantes, en especial por la presencia de la niña de dorado cabello y lindos ojos celestes que se encontraba en la costa, un sitio lleno de peligros para que estuviera sola, y por los dos soles que brillaban en el cielo de ese lugar extraño, haciendo que las sombras de los árboles y rocas lucieran un tanto raras para su costumbre.

El comandante se puso a pensar otra vez, como hacía a menudo, en esos sueños. El suave cabello de Nadia, que percibía con los sensores en su mano, le recordaba cómo se sentía el dorado de la niña. Pero como siempre pasaba, no pudo recordar dónde podía haberla visto en su niñez, ni saber por qué se presentaba ese recuerdo en su memoria precisamente en ese momento. Para colmo la niña se llamaba Selene y su apellido era Papadimitriou, y esas palabras más bien griegas le resultaban del todo desconocidas; era un nombre bastante extraño para una persona de los EEUU, en donde había vivido hasta que lo destinaron a la Galaxy I como premio a sus grandes servicios a la UDO.

—No es nada, Nadia… este no es sitio para esos correteos; para eso existen las instalaciones deportivas —dijo Foreman luego de una pausa y sacudió la cabeza como para liberarse de su ensueño.

Entonces le pellizcó un cachete a Nadia con su mano derecha, y vio como ésta le sonreía y volvía a restregar su rostro contra la palma, una vez más como una gatita, cosa que hizo hasta que la voz del hombre se escuchó de nuevo.

Continuará...


[1] Unión Democrática Occidental.
[2] Centro de Información de Combate.
[3] Humano Genéticamente Modificado.
[4] Fuerzas Armadas de Galaxy I.
 
Continuación:

—Pero será mejor que vayas con Stephanie a ver a Pavel, no quiero que lo mate si de pronto se pone “eufórica” como hace un momento.

—¿Qué? ¿Y si me mata a mí? —exclamó Nadia sobresaltada, y movió la cabeza a los lados con cara de perrita apaleada cuando Foreman la miró con su rostro serio—. Es decir, tienes razón, Stephanie es como una muchachita pequeña, es tan… juguetona y todo eso —balbuceó con voz lastimera—. Pero no creo que pueda impedirle que se ponga en ese estado emotivo… y por eso de ser posible en este caso preferiría desobedecerte —dijo por último, luego de una pausa, mirando de reojo a Foreman con sus ojitos entrecerrados.

—¿No? —preguntó Foreman intentando no reírse.

—No, ¿es que no sabes que siempre que le pasa la coge conmigo y me zarandea?

—Por eso quiero que vayas con ella, porque es mejor que juguetee contigo y no con Pavel —sentenció Foreman y vio que la muchacha ponía cara de sorpresa, por lo que se rió con ganas a pesar de sus preocupaciones.

—Pero yo no… —empezó a decir Nadia.

—No debes preocuparte, mi pequeñita, sólo ve con ella y vigílala —la interrumpió su comandante y Nadia lo miró de un modo lastimero de nuevo.

—No me mires de esa manera, princesa; recuerda que eres una chica sana y Pavel está demasiado enfermo —explicó Foreman viendo cómo lo miraba la chica y posó sus ojos en Stephanie—. Estoy seguro de que hasta que no se encuentre en un mundo lo suficientemente grande para ella la pobre chica no va a estarse quieta, y debemos entenderla, porque nosotros somos mayores que ella.

“Entenderla un cuerno”, pensó Nadia y miró a su vez a Stephanie, pero sus labios sonrieron y su boca murmuró otra cosa.

—Hmmm, bueno, pero sólo lo haré porque tú me lo pides, papaíto, y luego me darás mi recompensa —balbuceó Nadia con una melosa vocecita y se puso de pie de un ágil saltito, como si pudiera volar si lo deseara.

Foreman le pellizcó nuevamente uno de sus cachetes de niña a Nadia, y la miró a los ojos negros, y ésta le sonrió y se mostró complacida.

Entonces se oprimió contra el corpulento cuerpo para que el comandante le pasara una mano a lo largo de su espalda y la besara en la cabeza a modo de despedida.

—Dile a Pavel que iré a verlo por la noche, como siempre, mi linda pequeñita. Debo hablar con la doctora Smith sobre su estado delicado —dijo Foreman luego de besar la pálida frente, con su rostro de pronto preocupado—. Es una suerte que ella se haya dedicado a cuidarlo, es una muchacha de las más inteligentes y por eso me complace haberle dado el puesto después de la pérdida de la doctora Guzmán en el incidente de las Goliath —murmuró y suspiro como si estuviera cansado. En realidad la doctora Smith debía haber cumplido los setenta y cinco años de edad, y por eso resultaba raro referirse a ella como a una muchacha, pero en Galaxy I la edad no tenía sentido desde que la duración de la vida humana había sido cambiada y el envejecimiento vencido—. En esa ocasión debí escuchar a Murzduk, si lo hubiera hecho… —continuó diciendo Foreman luego de una pausa pero Nadia lo interrumpió cuando vio cómo se entristecía.

—Bueno, lo haré, papito… No debes preocuparte, yo me encargaré de eso —murmuró la chica, decidida, y cuando su comandante la miró a los ojos saludó para después retirarse del puente. El hombre la vio caminar hacía los elevadores y se sonrió cuando Nadia levantó una mano—. ¡Stephanie, nos vamos! El centro de investigaciones de la doctora Guzmán está lejos del puente de mando —dijo la muchacha sin detenerse.

Stephanie se había mantenido mirando la fotografía con el impreso de Próxima que sostenía con sus manos delante de ella; mas cuando escuchó a Nadia se puso de pie como un resorte y la siguió, se diría que contenta de ver sonriendo a su compañera.

Foreman vio como las chicas se montaban en uno de los elevadores del puente de la nave de puertas pintadas de rojo, y después de cerrarse éstas suspiró otra vez como si estuviera de pronto cansado y observó su entorno.

En el puente de mando de Galaxy I las personas habían vuelto a sus obligaciones y ya nadie miraba a Próxima aun cuando la estrella se continuaba mostrando en la pantalla central, indiferente a lo que los seres humanos pensaran de ella.

Los ojos de Foreman consultaron más tarde la docena de pantallas más chicas que rodeaban la principal, como para comprobar que todo estaba en orden a pesar de la continua presencia de Xerses. En esas pantallas llenas de gráficos y de reportes se podía ver cómo funcionaba la nodriza hasta en su más mínimo detalle. Por último el comandante estiró un brazo y presionó con un índice uno de los botones de un panel de su puesto de mando; en una de las pantallas no tardó en mostrarse el rostro virtual de Xerses.

—Xerxes, cuando termine la desaceleración informa a los habitantes de Galaxy I que entraremos en una órbita lejana de Próxima Centauri hasta el regreso del Justice a la nodriza —murmuró Foreman y miró ese conocido rostro por un instante—. Román será quien se ocupará de las maniobras cuando vuelva a su puesto de mando.

—La orden ha sido registrada, comandante —dijo Xerxes sin demostrar emoción en tanto Foreman miraba de reojo a donde Murzduk se encorvaba, tan grande que casi ocultaba el resto de su puesto de mando con su espalda.

—También quiero que cites a la capitana Flemming, para entrevistarme con ella. Debo darle la misión de que salga comandando una Kestrel hacia Alfa Centauri A y localice al Justice en las cercanías de Nueva Tierra —volvió a decir Foreman después de una corta pausa—. No puedo confiar demasiado en Gaiura y podemos estar varados por mucho si sigue sin dar señales de vida… es necesario satisfacer cuanto antes las esperanzas de nuestra población para evitar rumores.

—Las órdenes serán cumplidas, comandante —dijo la voz de Xerxes—. ¿Desea otra cosa?

—Por el momento sólo eso, Xerxes.

—No se preocupe, comandante Foreman, nuestros compañeros estarán siempre bien informados.

—Eso espero, Xerxes —dijo Foreman y presionó un botón para poner punto final a la conversación, con lo que se puso oscura la pantalla donde se mostraba el rostro virtual.

El comandante se recostó en su mullido puesto de mando y se mantuvo inmóvil como en un comienzo, mirando las lámparas de redondeado difusor que iluminaban la sala con su luz límpida y sumiéndose en sus pensamientos.

En ese mismo momento las puertas de un elevador de la nodriza de los que conducían hacia su puente se separaron lentamente, después de haber hecho éste su largo recorrido, y delante de Nadia se mostró un pasillo que conducía hacia los sistemas de conexión que unían la rueda rotante donde se encontraba situado el puente con el eje central de la enorme Galaxy I.

En esa parte de la nave, cercana a su eje central, la gravedad había desaparecido casi por completo, y las chicas se vieron obligadas a impulsarse sosteniéndose con las manos de las barras de seguridad que había en las paredes del conducto. En el otro extremo de éste, bastante lejos de las chicas, unos soldados permanecían de guardia levitando con sus rifles contra su pecho.

—¡Odio la ingravidez, no puedo soportarla! —rezongó Nadia moviéndose como un pececito y sus cejas se unieron como si estuviera preocupada, con su rostro sufrido.

—Pues a mí me gusta, es divertida —dijo Stephanie riendo y dando volteretas detrás de ella.

No obstante, no le pasó desapercibida la expresión de su compañera, pues incluso si nadie lo notaba, siempre estaba pendiente de ella.

La muchacha recordaba a Nadia de cuando era una niña y había sido llevada a la sala de crianza a donde destinaban a los huérfanos. Estaba llorando y no entendía por qué la separaban de su madre, aun cuando no estaba todo lo que hubiera deseado con ella. Esa chica menuda, una de las que se habían encargado de los niños cuyos padres se habían perdido en el inmenso cosmos, la había consolado contándole un cuento y le había hecho compañía hasta que se durmió en su cálido regazo. Es por eso que no la había olvidado nunca, y que su olor le resultaba tan grato, y cuando la veía preocuparse o la sentía asustada intentaba distraerla a su manera, como ella había hecho esa vez hacía mucho sin recordarlo.

—Tranquila… no vayas a darte un golpe en esa cabecita y quedes más loca de lo que eres —musitó Nadia mirando a Stephanie de reojo—. Debo decirte que eso sería en verdad horroroso.

Esa muchacha la ponía nerviosa y no permitía que su mente se concentrara en sus pensamientos, como si estuviera en las cercanías del vórtice de un remolino.

—¡Imposible, lo practico diariamente! —replicó Stephanie y se rió, pero su hilaridad se contuvo cuando vio como una sombra volvía a cubrir el rostro de su compañera—. Por cierto… Foreman no está ahora para salvarte, ¿verdad? —murmuró luego, cuando se calmó, y le lanzó una mirada pícara a Nadia.

—¿Qué estás inventando ahora? —preguntó Nadia volviendo la cabeza para mirar a su compañera como con miedo—. No tengo ganas de jueguitos, ¿sabes? —repuso luego, viendo como Stephanie se frotaba las manos sospechosamente.

Entonces se separó poco a poco de ella, como con disimulo.

—Pero a mí sí me apetece —dijo Stephanie siguiéndola—. Esta vez no escaparás de mí, pequeña bruja.

—¡No puede ser, otra vez se ha descontrolado! —exclamó Nadia y se impulsó para moverse más rápido a lo largo del pasillo, escapando de Stephanie.

—¡Estupenda idea, me gustan las carreras en la gravedad cero! —dijo Stephanie, viendo como Nadia huía, y se impulsó a su vez como un torpedo para capturarla.

Nadia se movía como un Zeppelín, como un HGE podía hacerlo, y del otro lado del pasillo los cuatro guardianes, que hasta ese momento habían estado serios con sus rifles contra su pecho, comenzaron a reírse del modo en que la muchacha menuda esquivaba a Stephanie y gritaba, intentando impedir caer en sus manos.

—No vas a escaparte —murmuró Stephanie después de su último intento infructuoso y volvió a dispararse detrás de su compañera.

Entretanto, en el hostil espacio vacío, helado y cubierto de mortales radiaciones, la enorme Galaxy I continuaba su travesía hacia un mundo desconocido, lanzando con insistencia su mensaje de llamada. Las enormes ruedas rotatorias del coloso clase Leviathan giraban lentamente, con sus luces de posición parpadeando como lo harían las guirnaldas en la navidad, llevando en sus entrañas a su preciada carga humana. En su interior todos estaban seguros de que eran los últimos seres de la especie que había con vida en el universo; los últimos habitantes de la Tierra que los despiadados Redmen supuestamente habían devastado para erradicarlos como una plaga.
 
Me gusta q la historia tome como escenario la nave ,la verdad das descripciones de la nave y los personas q son fáciles de visualizar pero aveces son tantos q te asen aburrir la lectura ,me gusta la historia pero q creo q le falta algo ✌ q por lo menos a mi me atraiga y quiera leer y leer+ ,se ve q me sabes al mundo de la opera espacial ,si tienes otra historia como esta me gustaría colaborar con usted en un futuro
 
Me gusta q la historia tome como escenario la nave ,la verdad das descripciones de la nave y los personas q son fáciles de visualizar pero aveces son tantos q te asen aburrir la lectura ,me gusta la historia pero q creo q le falta algo ✌ q por lo menos a mi me atraiga y quiera leer y leer+ ,se ve q me sabes al mundo de la opera espacial ,si tienes otra historia como esta me gustaría colaborar con usted en un futuro
Tengo algunas historias más por ahí, entre ciencia ficción y fantasía, y estás en lo cierto, la historia sólo va dando ganas de leerla poco a poco y eso si te gustan esos temas y estás acostumbrado a lecturas complicadas, personajes existen muchos porque es un libro un poco largo y se producen muchas interrelaciones más adelante, por ahora si te gusta puedes conseguir el primer libro de la saga en https://cubansolutions.blogspot.com, en este caso se titula El retorno del Señor de los Cielos, es el primer libro de la saga Galaxy I.
 
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