Galaxy I: La rebelión de los inmortales - Capítulo II

pcarballosa

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La madrugada transcurría calmadamente, como casi siempre en los helados meses de invierno, aun estando relativamente cerca del centro de la capital colonial.

Las fulgurantes luces de las estrellas, entre las que se encontraba la enana Próxima de un hermoso encarnado, brillaban en la negra bóveda del cielo cual centelleantes y coloridas piedras preciosas, sin embargo, el débil brillo de toda esa multitud de astros aislados y sus aglomeraciones, era opacado casi del todo por la potente luz blanca de Calipso.

En ese momento la única luna de Ross, sexto planeta del sistema solar Alfa Centauri A, estaba pasando por su fase de luna llena, y por ello se podía ver inmensa como un plato de porcelana algo dorado, como colgando casi en la cima de una cúpula limpia de nubes.

Los habitantes de Stratos dormían confiados a la sombra de esa fantasmagórica luz milenaria, soportando el intenso frío que reinaba en la región sólo gracias al intenso calor generado por los reactores de fusión del oeste. La ciudad capital de la colonia de la Federación Terrestre, situada en el hemisferio norte del planeta, se cubría de nieve cada noche hasta la llegada de la mañana, cuando los robots de limpieza desobstruían sus calles. La inclinación del eje de rotación de Ross, situado en una órbita estable de unos poco más de 2 (ua) de su estrella principal, poseía un ángulo tal que la energía emitida desde Alfa Centauri A, e incluso la de la hermana de ésta, la menos poderosa Alfa Centauri B, era incapaz de calentar lo suficiente la enorme superficie de su mole grisácea. Por eso a Stratos solía llamársela por los primeros pobladores de Ross hacía una década la Ciudad Blanca, porque aun en los cortos meses de verano, debido a su situación en el hemisferio norte los helados vientos provenientes del polo la azotaban, y no era raro sufrir si se vivía en ella esporádicas nevadas.

En las instalaciones de los suburbios de la ciudad, en donde se escudriñaba de forma continua la inmensidad del cosmos, no obstante, no todos dormían a pesar de la hora más bien avanzada. Las parábolas del SDD[1] se estaban moviendo en ese instante cual si con su envidiable envergadura siguieran el vuelo de un ave invisible, llenando las cercanías del descampado de blanco con el molesto ruido de los potentes motores eléctricos. Por supuesto, esa era una tarea normal de rutina y podían llevarla a cabo los sistemas automatizados, cosa bastante común en una instalación como esa. Pero en esta ocasión lo hacía un hombre rubio y bastante joven de rostro escrupulosamente rasurado y cabello ligeramente crespo, el cual llevaba revuelto como si recién hubiera salido de una fiesta o un estrepitoso baile.

El individuo mantenía su mano derecha sobre la perilla de mando a la vez que miraba con mucha atención, se diría casi con infantil curiosidad, una de las pantallas de su puesto de mando en forma de semicírculo; estaba vestido con ropas un tanto extrañas, y la parte superior de su cuerpo, única que podía verse debido a la penumbra, parecía cubierta con una especie de escafandra de un material sintético grisáceo.

Tal vez por esas ropas fuera que sus antebrazos se veían más abultados que la otra parte de sus extremidades y le daban ese aspecto tan raro.

En eso se pasó varios minutos, moviendo con suavidad la perrilla de mando como si intentara sintonizar una estación lejana en una radio. El ceño se fruncía de cuando en cuando, como si la luz llena de colorido de las pantallas molestara la visión de sus ojos verdosos. Pero tal vez esto fuera más bien resultado de la incidencia en sus oídos de la variopinta e ininteligible mezcolanza de voces y estridentes chirridos emitidos de continuo desde el panel principal.

En todo caso, cuando una curva comenzó a ser trazada en la pantalla ante su cara, y los sonidos comenzaron a repetir una especie de monótona melodía, en sus labios se esbozó una leve sonrisa, y los ojos le brillaron más, como si reflejaran ahora las luces emitidas. El asunto debía de ser importante a juzgar por el empeño del rubio en hacer subir la sinuosa curva lo más posible; su cara incluso volvió a ponerse sería cuando se dedicó a grabarla presionando unos botones. Pero por desgracia para cuando lo logró la señal comenzó a salirse de su alcance y eso lo obligó a mirar su antebrazo derecho, donde en una pantalla unos luminosos de color verde mostraban la hora.

El dispositivo en cuestión se conocía como SAI[2] entre los habitantes de la colonia en Ross, y era de enorme valor para ellos, se podría decir de vida o muerte en ocasiones. En su parte más cercana a donde estaba situada la muñeca, había un pequeño panel cubierto de botones blancos, mas estos se encendieron con luz azulada en cuanto los dedos del rubio les pasaron por encima y se pusieron a presionarlos. En ese instante la pantalla luminosa de pequeñas proporciones, revelaba con sus grandes dígitos que iban a ser las 2:00 de la madrugada en la ciudad de Stratos.

Las manipulaciones del individuo en el panel cercano a su muñeca no tardaron en hacer visible ante su rostro una pantalla, esta vez holográfica, y por un momento más el rubio se dedicó a pasar imágenes en ella con un dedo, y a compararlas con los gráficos de las pantallas de su puesto de mando.

Por lo visto la señal detectada esa vez coincidía con las anteriores y en esta ocasión se había registrado por unos minutos más en comparación con la detectada durante las madrugadas pasadas.

—Es la misma señal de la otra madrugada —murmuró con una de las curvas puesta delante de su correspondiente en la otra pantalla, y comprobó que incluso esa noche la débil señal había comenzado a manifestarse cerca de la misma hora, luego asintió con la cabeza como si confirmara algo a un compañero—. El foco de emisión debe de estar moviéndose lentamente, o tal vez esté tal lejos de nosotros que no logro registrar bien su movimiento… sí, eso explicaría la poca magnitud de la señal, porque si está encriptada deben de estarla emitiendo para decirnos algo, aun si no puedo descifrarla por ahora —dijo para sí después, con los ojos en un punto indeterminado, se mantuvo por un momento como ensimismado y en silencio, y de pronto dio un como saltito en su puesto, como si despertara de una pesadilla—. El director, me pidió le informara si la anomalía se presentaba más de tres días seguidos, ¿debería de llamarlo a su casa a esta hora o esperar a la mañana?

El hombre se movió en su silla como indeciso por un momento más, haciendo que la pantalla holográfica de su SAI desapareciera de su rostro, pero después de una corta espera comenzó a escribir unos números en el mismo panel del dispositivo, que en ese momento mostraba en su pantalla chica que iban a ser las 2:07 A.M.

En el recinto no demoró en sonar un tono de llamada, y unos segundos más tarde se escuchó la voz somnolienta y ronca de otro hombre.

—¿Diga? ¿Quién llama a estas horas? —dijo la voz malhumorada.

—Hola, señor Kerrigan… soy yo, Dimitri —dijo el rubio e hizo una pausa.

—¿Y bien? —preguntó Kerrigan y resopló como para despertar sacudiendo la cabeza.

—En realidad no deseaba molestarlo en este instante, pero… la señal de las otras madrugadas, la que le comenté, ha vuelto a manifestarse, y como me ordenó se lo informara de inmediato si se repetía por tres días seguidos.

La voz de Dimitri Vladímirovich Lukianov, especialista en radiocomunicaciones desde hacía poco empleado del SDD de la capital de Ross, se escuchó un tanto emocionada al pronunciar esas últimas palabras. Pero desde la otra parte solamente se escuchó un suspiro de cansancio, y la respiración sofocada de su interlocutor, que por lo visto en ese instante continuaba medio dormido.

—Es la primera señal que captamos que no proviene de la nave nodriza —dijo una vez más Dimitri, como si no pudiera evitar insistir en ese importante punto—. ¿Eso no le parece extraño? —susurró en cuanto sintió que Kerrigan se movía en su cama, como si no deseara que nadie más lo escuchara.

Entonces se escuchó la voz de una joven que preguntaba que pasaba en un susurro y la de Kerrigan diciéndole que no era nada y que se durmiera de nuevo en igual tono; y sólo unos segundos más tarde, después de unos sonidos de rozamiento de ropas y de una puesta, se volvió a escuchar la voz del director a todo volumen.

—¿Y está seguro de eso? ¿La señal contiene la misma codificación? —preguntó de pronto más interesado.

—Estoy seguro, lo he comprobado bien y también su posición… parece provenir de un sector cercano a Proxima Centauri y no se ha movido mucho.

—Hmmm —dijo Kerrigan dubitativo.

—Es la misma señal y parece un mensaje encriptado con un código de los utilizados en una nave intergaláctica de nuestra flota —murmuró Dimitri insistiendo y también se mostró indeciso—. Pero mantiene otra secuencia que no reconozco… es por eso que decidí informarlo inmediatamente, como dicen los procedimientos que debe hacerse con el director del departamento de rastreo de señales en estos casos.

—Es cierto, eso es extraño… ¿no será en Gondwana volvieron a cambiar la secuencia de encriptado de sus mensajes y no nos enteramos por un error más de las dichosas comunicaciones desde la nodriza? —preguntó otra vez Kerrigan, como buscando una explicación del fenómeno que lo había despertado de esa manera tan imprevista—. La radiación de Alfa Centauri A suele provocar a veces esos efectos repentinos, y tal vez Gondwana se encuentre ahora del otro lado, y eso sin decir nada de las interrupciones producidas últimamente nadie sabe con cual motivo.

En ocasiones Kerrigan pensaba en si en el centro de comando de la nodriza se habían vuelto locos, puesto no encontraba explicación para ese comportamiento, y ellos no se dignaban a revelar la causa, a menos fueran verdad ciertos rumores casi increíbles.

—En efecto, ahora la nodriza está del otro lado, pero sólo del planeta Ross, y no es posible cambiaran la codificación, si lo hubieran hecho debían haberlo informado por lo menos por una semana antes, y repetir las comunicaciones, sabe como todo eso es obligatorio desde hace unos diez lustros —dijo Dimitri deprisa y se movió en su silla.

—Hmmm.

—El protocolo se creó luego de la guerra contra los Erm y de la pérdida de Galaxy I, y se decidió… —continuó diciendo Dimitri.

—¡Sí, sí, ya lo sé! ¡No me cuente esa historia de nuevo! —exclamó Kerrigan como si la voz de su subordinado importunara sus pensamientos.

El director recordaba bastante bien sus clases de “Historia de la Tierra” y lo cierto era que no le gustaban; consideraba la historia como un conjunto de interpretaciones que variaba con el tiempo; no era una ciencia exacta y por lo tanto no la consideraba digna de su confianza.

En la línea se hizo el silencio por un momento y Dimitri imitó a su superior pensando en lo que estaría sucediendo, como lo había hecho en las últimas horas; lo único que sabía era que Gondwana no estaba en ese sector del cosmos desde donde la extraña señal se había manifestado, o por lo menos según sus informes.

—¿Qué cree que sea ese “mensaje codificado”, Dimitri? —preguntó por fin Kerrigan.

La voz de Kerrigan hizo dar un respingo a su subordinado, y Dimitri no pudo darle una respuesta inmediata; había pensado en eso pero no se le ocurría nada digno de ser mencionado, salvo algo que se podría considerar descabellado.

—¿Estará dirigido a nosotros a fin de cuentas? —preguntó otra vez Kerrigan sin que le hubieran respondido, y esta vez esperó un rato, porque tampoco sería la primera vez en captarse algo enviado a naves de exploración o combate con rumbo a los confines del sistema solar nadie sabía con cual fin, y luego ellos terminaban como estúpidos al informarlo.

—Me parece… creo… otra nave nodriza ha entrado en nuestro sector o está cerca de sus límites exteriores; no sé nada del contenido del radiograma pero se repite con insistencia y si es eso se está cometiendo una violación grave de los protocolos de las flotas de la Federación Terrestre —dijo Dimitri por fin, revelando sus pensamientos, y en la línea se hizo un profundo silencio, lo cual lo hizo temer por su puesto—. En este caso no debería de estar ocurriendo, porque en este sistema es Gondwana la única nodriza autorizada y los demás no pueden invadirlo sin la previa autorización desde el centro de comandos en la Tierra incluso si se tratara de una emergencia —repuso.

—Hmmm, puede ser, sí… y sería bueno si así fuera y no se tratara de… no, ellos no deberían estar tan lejos sin suministros… y en Gondwana no iba a ir allí a buscarlos tampoco —murmuró Kerrigan como si hablara consigo mismo.

—¿Qué? —preguntó Dimitri algo asombrado por la ecuanimidad de Kerrigan después de escuchar su idea y se mantuvo en silencio, a pesar de todo más calmado, puesto el director no parecía pensar en despedirlo después de escuchar su locura.

—No, nada, sólo pensaba en voz alta —dijo por fin Kerrigan tras una pausa—. Pero de todas formas eso nunca había ocurrido y no pensé que pasara.

—En verdad es casi imposible, ¿será posible y no nos haya llegado aún el radiograma de la Tierra con las instrucciones?; estamos a unos cuatro años luz de camino para una señal de radio y si ellos saltaron —expresó Dimitri dubitativo—. En cambio, no es improbable que a otra nave nodriza situada más cerca de la Tierra le llegara la señal de autorización primero y diera un salto hasta las cercanías de Proxima, sólo faltaría saber cuál sería el motivo de la prisa —concluyó.

—Sí, puede ser eso… en especial si han salido otras nodrizas no registradas —musitó Kerrigan pensativo.

—En diez años lo dudo, sin embargo, una de las otras en línea…

—Pero en ese caso la otra nodriza debía haberse comunicado con un código conocido para reportarle a Gondwana su presencia. En la Tierra debieron de pasarle todos los códigos normados para esta zona del cosmos cuando partieron —pensó en voz alta Kerrigan, como si no hubiera oído a Dmitri—. No, ahora está pasando algo extraño, Dimitri, y cuando lo pienso más me percato de un detalle, Gondwana es la nodriza de nuestra flota más cercana a los centros de mando según conozco.

—Bueno, no sabemos eso… nadie sabe si algo habrá cambiado… —dijo Dimitri y se estremeció al pensar en la causa del cambio en la Tierra.

—Por eso creo debemos pedir una entrevista a la secretaría de gobierno en cuanto amanezca, es mejor se rían de nosotros a caer como moscas como sucedió con los Erm hace años, por eso pienso debemos informar a nuestro presidente de toda esta situación imprevista y lavarnos las manos —declaró tras una pausa más Kerrigan y resopló, como si por arte de magia hubiera leído la mente de su subordinado.

—No sé si deberíamos sin investigarlo más —musitó Dimitri.

—¡Cómo si sin eso no tuviéramos bastantes problemas! —exclamó el director del SDD con cansancio.

—Pero esto está dentro de nuestras obligaciones de todas maneras —dijo Dimitri.

—Sí, sí, y espero investigues todo lo posible antes de tener la entrevista, igual ellos se demoran con eso, con todos los enredos en este dichoso planeta —dijo Kerrigan.

—Me empeñaré en eso en los próximos días, sin embargo, necesitaré algún personal extra, y así también podremos estar más seguros del origen de la señal, no sea cosa de la nodriza al final, puede haber dado un salto hasta una órbita de Proxima para eso de las pruebas o esas maniobras raras del último año… como ellos dicen, operaciones militares para el entrenamiento en condiciones extremas, y en ese caso las señales provengan de los nuestros después de todo, para probar la pericia de los oficiales de inteligencia.

—Hmmm, esto también podría ser… sólo que Gondwana nos ha informado siempre cuando hace maniobras.

—Bueno, es sencillo saber si son los nuestros, sólo debo mandarle a Gondwana un radiograma… si me da una orden en la mañana —dijo Dimitri—. De todas maneras no lo puedo enviar hasta más tarde, porque Gondwana está del otro lado ahora y no puedo dirigirle un radiograma.

—En cuanto sea posible hazlo, Dimitri, y no esperes por la orden, estará en la mesa en cuanto llegue a las instalaciones después de pasar por el palacio de gobierno —dijo Kerrigan y respiró profundo.

—Bien, pues duerma hasta por la mañana. Me encargaré de los preparativos para la emisión de nuestro radiograma y en unos cuantos días, con suerte, nos llegará una respuesta… Por supuesto, si Gondwana está en donde debe estar estacionada —dijo Dimitri—. Es posible que la nodriza también esté detectando la señal y hasta haya mandado a un crucero de batalla a explorar la zona; en ese caso podrían informarnos del asunto con mucho más detalles si recibieron un informe de exploración.

—Está bien, Dimitri, lo dejaré todo en sus manos —dijo Kerrigan y bostezó por lo visto caminando puesto se volvió a escuchar una puerta—. Pero si cambian las cosas me llama a la hora que sea… y recuerde, discreción —ordenó e interrumpió la llamada.

Dimitri miró nuevamente la pantalla donde la señal seguía estando dibujada a pesar de su debilitamiento lento y continuo y suspiró.

En poco más de una hora esos últimos pulsos desaparecerían pues la inmensa esfera grisácea del planeta casi deshabitado bautizado como Ross por los seres humanos que lo estaban colonizando habría rotado y el SDD de Stratos no podría seguirla.

—¿Qué eres? —preguntó y miró a los otros monitores—. ¿Qué es lo que quieres decir con esa insistencia?

Entonces se le ocurrió una idea que no había pensado y sus ojos se redondearon.

Pero primero debería prepararse y lanzar una comunicación hacia Gondwana, pues si se le pasaba la oportunidad después debería esperar varias horas, y para lo otro se necesitaba mucho tiempo, debía buscar en la base de datos los registros de un poco más de cincuenta años atrás, si es que Gondwana los había traído en su éxodo.

En tanto Dimitri ponía a punto las instalaciones del SDD, en una de las bases mineras que se encontraban hacia la región del suroeste de Stratos, a cientos de miles de kilómetros de la ciudad principal de la colonia, otro hombre estaba recostado encima de una enorme piedra de cumbre plana que se veía inclinada como una larga columna que saliera del suelo nevado. La visión del cielo estrellado parecía hipnotizarlo, por lo menos a juzgar por cómo miraba a las estrellas con la cabeza recostada sobre sus brazos cruzados tras su cabeza, como si desde las alturas le llegara una melodía demasiado bella y no pudiera ir a otro sitio para evitarla, o desviar sus ojos de ella. La luz blanca de Calipso iluminaba su macizo cuerpo vestido de verde olivo a la vez que una leve brisa movía su corto cabello, lacio y negro, y en su rostro cubierto por una piel de un blanco se diría demasiado pálido, unos grandes ojos de color pardos casi brillaban seguramente debido a la luz que incidía sobre ellos. El clima era incluso más helado que en Stratos durante los largos inviernos en esa región rodeada de montañas y de agreste vegetación, en especial si se estaba a la intemperie. Pero el intenso frío no parecía hacer mella en ese extraño individuo de corpulencia desmedida que, como si no sintiera nada, continuaba sobre la nieve, y vestido ligeramente con sólo esas ropas más propias del ejército de colonización de la Federación Terrestre.

En las cercanías de la elevada roca donde el hombre se encontraba, a unos cientos de metros y casi completamente rodeada de gigantescas plantas de copas nevadas, se veía una instalación bastante grande compuesta por módulos de los que normalmente se montaban en la superficie. La base se veía cubierta de nieve como la mayoría del suelo de la zona, como una isla de luz rodeada por la penumbra, porque unos riscos impedían que la luz de Calipso la bañara como hacía con un enorme espejo de hielo situado mucho más lejos, un lago congelado que refulgía como plata derretida en una hondonada. Por otro lado, en toda la región reinaba un profundo silencio, como si la muralla de árboles y las montañas también impidieran el paso de los sonidos; no se podían escuchar no sólo los ruidos de insectos sino ni los producidos por las bestias que pululaban durante los cortos veranos. Pero de pronto una de las compuertas de grandes dimensiones de la luminosa base comenzó poco a poco a deslizarse, como con desgana, y rompió el silencio con los ruidos de sus motores, con lo que provocó que los ojos del hombre de verde que miraba la luna se movieran para observar lo sucedido en ese sitio por el rabillo.

La compuerta no se había detenido cuando una persona menuda, cubierta casi del todo con un sobretodo, un gorro y unas grandes gafas para protegerse los ojos del frío, salió por ella dentro de la iluminada cabina de un vehículo ligero parecido a una navecilla de forma ovalada.

La nave portaba a los costados unos brazos, uno a cada costado de la cabina, que parecían cortas y anchas alas. En ellos habían instalados unos potentes ventiladores que con su impulso, y junto a otro que estaba situado en la base de su relativamente larga cola, la sostenían en vilo haciendo un perceptible zumbido. La presión de los ventiladores levantó la nieve de delante de la compuerta y la lanzó a todos lados hasta que, después de un momento en que el piloto estuvo mirando sus alrededores, el vehículo volante se lanzó adelante propulsado por otro ventilador más grande situado detrás de la cabina, por encima de su cola.

En un santiamén resultó evidente que se dirigía a la roca inclinada, en donde se veía recostado el hombre de verde por no estar demasiado elevada, y su velocidad se hizo tan grande que provocó remolinos a su paso sin que su piloto se preocupara por la compuerta por donde había salido, que comenzó a cerrarse por sí misma en cuanto detectó que la habían abandonado. Pero la velocidad de la navecilla comenzó a disminuir rápidamente a medida que se iba acercando a la base de la roca, y cuando por fin estuvo al pie del peñasco, se detuvo del todo y se posó con suavidad sobre la nieve desplegando unas patas delgadas cual un insecto. El piloto tampoco demoró mucho en descender de la cabina, con cierto esfuerzo tal vez debido a sus pesadas ropas, y sus botas se hundieron en la nieve casi hasta las rodillas. Por un momento miró a la cima del obelisco sin descubrirse el rostro, y más tarde levantó sus gafas y se descubrió la boca para echar humo blanco por ella, con lo que mostró sus delicadas facciones y unos hermosos ojos celestes de largas pestañas.

—¡Murad! ¿Qué se supone estás haciendo ahí? —gritó la chica después de echar un vistazo más a la cima del peñasco, y movió la cabeza a los lados como si negara.

El silencio de la noche siguió a su grito, y por eso se pudieron escuchar unos débiles zumbidos provenientes de lo alto. La muchacha estuvo por unos instantes más parada sobre la nieve y mirando a la persona que se había empeñado en ignorarla luego de seguir su vehículo con sus ojos. Pero cuando se percató de que no le hablarían se mostró impaciente y dio unos pasitos en su sitio.

—Estas últimas noches estás extraño conmigo; sales a la intemperie en cuanto me duermo y no me dices nada —dijo de nuevo la chica—. Pero no creas que no lo noto, lo que pasa es que la madrugada pasada estaba cansada.

—No pasa nada especial, Selene, solamente descanso en el frío de la noche y así refresco mis sistemas —manifestó Murad incorporándose en toda su estatura; en ese instante estuvo claro que a pesar de su apariencia se trataba de un ser creado por los humanos.

El robot humanoide volvió a mirar a lo alto por un instante estando de pie; esa había sido la segunda vez que sus sensores de radioseñal habían detectado una persistente emisión radial que procedía del cielo, pero ésta era demasiado débil para que pudiera descifrarla y eso lo molestaba. De cualquier manera, hasta esa noche no reconocía la codificación de la señal por mucho que sus múltiples núcleos la procesaban durante el día, y no lograba saber si provenía de Gondwana, la nave nodriza que lo había dejado hacía un decenio junto a los creadores de Stratos y otros habitantes del planeta recién colonizado.

Sin embargo, había una cosa que sabía, y era que lo que estaba emitiendo esa señal indescifrable se movía hacia las coordenadas de Alfa Centauri A, y en breve, si nada lo detenía, se presentaría en las proximidades de Ross.

Eso era lo que lo preocupaba, y lo hacía salir de la base cuando Selene se dormía, pues su cerebro electrónico de sexta generación estaba programado para proteger a la muchacha, y si no reconocía la señal, eso significaba a su modo de ver que se trataba de algo posiblemente hostil hacia ellos.

Los labios de la chica se desplegaron en una sonrisa que dejó ver sus parejos dientes como perlas mientras observaba la enorme estatura de Murad parado sobre la cima del peñasco. En sus ojos celestes se veía reflejado el cariño que sentía por el hombre de verde a pesar de su evidente condición de androide sin alma. Pero cuando el robot comenzó su descenso haciendo que de su cuerpo, que parecía en extremo pesado por el sonido de sus pisadas, se escaparan extraños ruidos de motores, la muchacha disimuló sus emociones cual una actriz consumada.

—¿No quieres decirme lo que haces, verdad? —preguntó Selene enarcando las cejas y siguió a Murad con la vista por un momento—. Eso está bien, pero debías inventarte otra mentira más creíble.

—¿Qué mentira, Selene? —preguntó Murad con voz calmada a pesar de todo como la de un humano.

—¿Y continuarás insistiendo en eso? Tengo catorce y ahora no soy una niña pequeña, y es evidente que los modelos R-100X20 Assassin no sólo no se cansan, sino que no necesitan de la nieve para refrescarse.

El Assassin siguió su descenso y llegó junto a la muchacha sin pronunciar una sola palabra. En la base de la roca inclinada, cuando estuvieron juntos, pudo notarse más su gran estatura, porque la cabeza de Selene casi no llegaba a la hebilla de su cinto. Por eso en ese instante resultó más evidente que no era un humano normal; por eso y porque debido a la silenciosa calma de la noche se escuchaban más definidos los sonidos que emitían los motores ocultos en su estructura blindada cubierta de silicona.

Los modelos R-100X20 eran mucho más potentes que su más reciente contraparte doméstico, los R-100, que creados para entretenimiento, igual que los descontinuados R-50, no necesitaban realizar demasiado esfuerzo. Es por eso que no eran usados para vivir con las personas, porque los sonidos de sus mecanismos podrían resultar molestos, y era extraño que uno de ellos se encontrara en una base llena de civiles.

El robot humanoide observó desde su altura a Selene y ésta lo miró levantando la cabeza; desde su pecho parecía provenir un leve zumbido continuado y pulsante cual lentos latidos de un potente corazón. En los gruesos labios de silicona que había en su rostro de prominentes mandíbulas pareció esbozarse una sonrisa cuando su mirada se hizo paternal y complaciente.

Entonces posó su enorme mano en la cabecita cubierta de la niña, que por lo visto no pudo evitar sonreírle a su vez, seguro pensando en lo extraño que era ver una sonrisa en esa cara tan impropia de una persona condescendiente.

La adolescente sabía por los cuentos de su madre como los Assassin habían sido hechos para la guerra, y que sus batallones de asalto eran de los primeros que se enfrentaban con la infantería enemiga, como hacía mucho tiempo atrás los Mangudai mongoles lo hicieron; y precisamente por eso tenía a Murad en más estima, porque hacía mucho que no veía a su progenitora y el robot se la recordaba a menudo con su solo presencia, el sonido proveniente de su pecho le era familiar y la hacía sentirse seguro, puesto lo escuchaba desde pequeña.

—Tú razonamiento es correcto, Selene, no necesitamos de descanso —musitó Murad con voz calmada y profunda—. Pero dime si puedes, ¿qué hace una niña despierta a estas horas de la madrugada? —preguntó y volvió a sonreírse.

—¡No puedo creerlo…! —exclamó Selene, poniéndose seria con sus hermosos ojos desorbitados, y después lo miró de reojo.

—Padre no va a estar contento con ese comportamiento y cuando vuelva de las minas va a enterarse y se enfadará contigo; debías estar en la cama, durmiendo junto a la muñeca R-25M como lo hacen las niñas buenas, por lo menos hasta que Alfa Centauri A se presente por el este y caliente un poco la base —dijo Murad sin hacerle caso y pensó en la muñeca de nombre Nana y en su mala programación, esa Nana debería de responder por su irresponsabilidad prontamente.

—¿Por qué siempre me hablas como si fuera pequeñita, no ves que he crecido en los últimos años? —refunfuñó Selene y miró de reojo a Murad de nuevo, con su rostro enfurruñado—. Pero no creas que no entiendo lo que intentas, quieres chantajearme con mi padre porque no quieres decirme lo que haces fuera de la base en cuanto me duermo.

Murad pareció desconcertado esta vez y retiró su manaza de la cabeza de la niña, que lo miraba con la respiración un poco agitada por su ira y echaba humo como si fuera un locomotora del siglo XIX.

—En una época pensé los Assassin estaban programados para que se comportaran como unos caballeros con los humanos, ya que disponen de sistemas sofisticados —continuó diciendo Selene y se volvió para cruzarse de brazos en sus trece—. Pero por lo visto parece que me he equivocado por completo contigo y no eres nada de eso, no eres nadie para mí ahora.

Por un momento no se escuchó nada y Murad movió su mano derecha para ponerla en la cabeza de su protegida de nuevo. La niña parecía realmente indignada y el robot se mostró indeciso en si tocarla. Pero después retiró la mano sin rozar a la chica con ella y su voz se escuchó con sus calmadas inflexiones.

—Los Assassin estamos programados para destruir sin piedad a los enemigos que se nos señalen, Selene; no somos caballeros y nunca lo seremos, por eso nos pusieron ese nombre nefasto —musitó Murad y pareció entristecerse con sus propias palabras, cosa ésta que se notó en su voz y provocó que la adolescente se volviera deprisa para mirarlo—. Pero eso no importa mucho ahora, debo llevarte a la cama caliente, porque mañana debes ir a la escuela y fuera de la base hace demasiado frío para ti, no puedo permitir que enfermes, pequeña sabandija —manifestó luego.

La muchacha no pudo escaparse porque Murad la cogió con un movimiento rápido y la levantó del suelo, para cargarla encima de uno de sus poderosos hombros como a una brizna de paja y encaminarse con pesado paso hacia la entrada de la base por la que la chica había salido.

-¡Hey! ¿Qué haces, Murad? —dijo Selene, pataleando inútilmente—. ¿No irás a dejar mi Dragonfly[3] botado en este sitio?

—No hagas ruido, puedes llamar a las fieras nocturnas y vendrán a devorarte con sus grandes colmillos —susurró Murad sin soltar a Selene, y fingió estar consternado—. Eso estaría mal y a Padre no le gustaría nada.

Las palabras del robot parecieron calmar a la chica, que se relajó sobre el hombro en donde estaba recostada como si se rindiera a lo imposible.

—¡Bah! Ese cuento ya no funciona conmigo —dijo Selene y suspiró como con cierta nostalgia—. Pero acaba de soltarme, o le diré a mi papá como me maltratas —ordenó luego.

Murad no se detuvo con esa amenaza, y continuó a paso marcial con sus grandes botas militares hundiéndose en la nieve. El poderoso brazo derecho del androide le rodeaba los muslos a Selene y con ello le impedía escaparse.

—¡Está bien! ¡Está bien! Regresaré a mi cama después de que recoja mi Dragonfly; no pienso dejarlo botado o mañana tendré que cavar para encontrarlo —habló de nuevo Selene, cuando vio como su robot no la escuchaba, y suspiró otra vez resignada.

La mente de Selene recordaba, mirando pasar la nieve a esa altura de bastante más de un par de metros, como en los tiempos en que era pequeña y hacía relativamente poco que habían llegado a ese planeta, Murad la llevaba cargada de paseo y le era divertido. En especial cuando iban a la orilla del inmenso lago salado para que pudiera correr libremente y se fortaleciera, cosa necesaria para vencer la fuerza de gravedad de Ross, muchas veces más grande que la existente en Gondwana. Pero eso ahora no le parecía tan divertido, ¿qué dirían sus compañeras del colegio si la vieran así, dominada por la voluntad de su propio Assassin?

En realidad era cierto que no tenía muchas amigas, y que nadie más poseía un robot de esa naturaleza, que probablemente no tuviera parangón en todo Ross debido a sus características, mas aun así le daría vergüenza y a medida que la compuerta estaba más cerca la chica sentía como iba poniéndose nerviosa.

—¿Prometes portarte bien, y ser una niña obediente? —preguntó Murad deteniéndose de golpe, como si comprendiera a Selene, cuando ésta había perdido las esperanzas.

—Lo prometo, lo prometo… no voy a preguntarte nada más, solamente… solamente estaba preocupada —susurró la niña.

—No debes preocuparte por nada, pequeña, yo estoy para protegerte de lo que sea que represente un peligro para que sobrevivas —dijo Murad depositando a Selene en el suelo cual si la muchacha fuera de porcelana, y miró sus brillantes ojitos celestes.

—No es eso… estaba preocupada por ti, bobo —balbuceó Selene y salió corriendo hacia su vehículo volante.

No obstante, no se separó mucho de Murad, como si de pronto se hubiera percatado del sentido de sus palabras, o como si se diera cuenta de que no podría escaparse de un Assassin con la poca velocidad de sus extremidades incluso a pesar de su propia estatura.

—Pero, ¿y por qué dices eso de protegerme? —preguntó con rostro intrigado—. ¿Es que sabes de un peligro inminente?

Murad la miró por un momento y después levantó los ojos una vez más a las rutilantes estrellas del firmamento; el viento helado revolvió su lacio cabello y su susurro como el aullido de un lobezno los envolvió como la luz de la luna hacía, levantando en la nieve insignificantes remolinos.

—No, solamente lo digo porque esa es mi misión, como no me dieron vida no siento miedo a la muerte —dijo cuando sus ojos pardos volvieron a posarse sobre Selene y la condujo hacia su vehículo a grandes pasos—. Pero deseo que sepas que te voy a extrañar si un día no vuelvo a verte, sabandija, si tuviera corazón seguramente hasta me dolería.

—Murad, eres tan bueno, y siempre estarás conmigo para poder molestarte —dijo Selene se diría conmovida y miró pícaramente al Assassin, que caminaba a su lado con sus zumbidos de motores—. Sí, no creas, no podrás escaparte tan fácilmente de mí.

Continuará...

[1] Sistema de Detección a Distancia.
[2] Sistema de Ayuda Integrado.
[3] Libélula.
 
Continuación (no cabe todo en una sola entrada):

—Pero eventualmente seré descontinuado, como los R-50, y después desguazado y tirado en un vertedero —dijo Murad mirando a la lejanía, y los ojos de la niña se vieron redondeados como platos. El robot de combate no tardó en notarlo al mirarla al rostro y le sonrió con condescendencia—. En realidad eso no importa demasiado, porque me siento contento de haberte conocido, y de ver como has crecido desde nuestra llegada hace diez años.

—¿Desguazado? ¡No dejaré que eso suceda nunca! —exclamó Selene con un gesto de su mano cubierta con un grueso guante.

—Mi destino no puede ser cambiado, Selene, pasará… pronto seré obsoleto y deberé ser reemplazado por un modelo mejor diseñado —dijo Murad y miró como Selene lo observaba con viveza y una mueca le desfiguraba su rostro—. Pero no importa, no temas, estoy programado para soportarlo y no me dolerá… si hubiera entrado en combate no hubiera durado tanto y mis baterías podrían hacerse inestables en unos años más —explicó a la chica.

En ese instante llegaban a las cercanías del vehículo de Selene y Murad se detuvo a un lado de la muchacha para después pellizcarle suavemente una de sus mejillas, que se había quedado completamente descubierta.

Selene se mantuvo mirándolo por un momento, moviendo a los lados su cabeza. Los dedos de Murad estaban helados pero no los sintió, preocupada por la posibilidad de perderlo, pues ese androide había sido el que la había criado desde que la nodriza había partido con su madre a bordo, y a su padre no lo veía tan a menudo. Por lo menos Murad le hacía compañía cuando otros chicos estaban completamente solos en Ross, y se aburrían de lo lindo.

—Y ahora entra en la base y duerme, Selene —dijo Murad dándole un ligero empellón a Selene para hacerla subir en su vehículo.

Selene sacudió la cabeza y se encaminó a su Dragonfly con su rostro pensativo. Las botas se hundían en la nieve y dificultaban su avance, dando a entender que remoloneaba. Pero en realidad no se daba cuenta de nada preocupada con las últimas palabras del Assassin.

“Este debe saber algo y no me lo dice, tal vez papá le comentó iban a reemplazarlo o en caso contrario…”, pensó una vez más cuando puso la mano en la manilla, a punto de meterse en la iluminada cabina.

En cambio, en lugar de entrar en su vehículo se volvió para decir algo y fue en ese momento cuando vio la forma envuelta en llamas caer desde el cielo nocturno.

Murad había estado siguiendo con sus ojos a la muchacha y vio como en el rostro de su protegida se dibujaba una expresión que su sistema de reconocimiento de patrones clasificó instantáneamente.

—¿Qué sucede? —preguntó el androide de combate viendo la estupefacción de la chica, y ciertas señales de inminente pánico.

—Es… es una cosa rara que está descendiendo del cielo por el desierto del oeste, parece bastante lejos —susurró Selene y se estremeció como si de pronto sintiera el intenso frío a pesar de los sistemas de calefacción de su SAI y sus ropas propia del invierno siberiano—. Es como un meteorito, pero lo veo demasiado grande y va a impactar en el planeta dentro de poco —gimió como en un sollozo.

La voz de Selene se estremecía de miedo para cuando señaló lo que sus ojos veían, resistiendo los deseos que sentía de correr a los brazos de Murad como cuando era pequeña.

Por su parte, el Assassin se volvió con calma para ver lo que la niña le señalaba y vio que, efectivamente, un meteorito envuelto en llamas encarnadas entraba en el planeta a toda velocidad, dispuesto a estrellarse.

La bola de fuego estaba tan lejos que probablemente caería mucho más allá de las minas de Wolframita de las que se extraía ese valioso mineral para procesarlo en el complejo minero. En la oscuridad se lo podía seguir pues a su paso permanecía un instante un largo rastro de humo luminoso como hecho con las mismas llamas con las que ardía. En ese mismo instante Selene escuchó un sonido que se parecía a un silbido cada vez más alto, y eso la puso nerviosa, porque provenía de la cabeza del robot que después se dio vuelta para mirarla. Los pacíficos ojos pardos no se veían iguales y eso la asustó, porque se parecían más a esa cosa que caía del cielo como si estuvieran envueltos en llamas y refulgían a la luz de la luna como las mismas llamas escarlatas.

—No pasa nada, Selene, pero será mejor que entres en el vehículo y vayas a la base de inmediato —dijo Murad con la misma calma.

—¿Por qué? ¿Qué has visto? —preguntó Selene casi a punto de llorar y su voz volvió a estremecerse por el miedo—. ¿Por qué has entrado en modo de combate sin mi permiso?

—No es nada, sabandija, sólo que no es un meteorito eso que está descendiendo del cielo, y podría ser más peligroso —dijo Murad a medida levantaba un fuerte brazo para señalar la bola de fuego, como si le contara un cuento a la muchacha.

—¿Qué podría ser entonces? —preguntó Selene como suplicante y Murad la miró un instante.

—En realidad es una nave descontrolada y puede ser peligrosa; debes obedecerme y mantenerte dentro de la base hasta mi vuelta.

En el rostro de Selene se mostró un marcado pánico con esas palabras y dio unos pasos hacia Murad con sus brazos extendidos.

—Tengo miedo, Murad —susurró y sus ojos se llenaron de lágrimas.

—No llores, Selene, no va a pasarte nada —dijo Murad y sus brazos cogieron a la muchacha para calmarla; la chica pegó su cabeza al poderoso pecho blindado y se dedicó a escuchar el conocido sonido pulsante—. Pero creo que si no me encargo de esto puedes estar en peligro y por eso debo hacerlo.

Entonces Murad volvió la cabeza y se puso a seguir la nave con la vista de nuevo.

—Pero, ¿será una nave de las nuestras? —preguntó Selene un poco más calmada y luego pareció sobresaltarse otra vez en los brazos del Assassin—. ¡Es papá…! ¡Papá está en esas minas! —gritó presa del pánico y Murad la miró a los ojos.

—No le pasará nada a Padre porque la nave está descendiendo a más distancia hacia el oeste… calculo que a unos dos mil kilómetros desde las minas —manifestó Murad observando nuevamente como caía el ingenio volante y volvió a mirar a su protegida un momento—. Pero debo salir hacia ese sitio, hacia la zona del impacto, por eso es mejor que vayas ahora donde Germán y le digas que fui a verificar un desastre.

—Pero, ¿por qué? Eso pueden hacerlo otros —dijo Selene, que no parecía dispuesta a soltar a su robot y le cogía por el cuello de la camisa verde olivo.

—Esa nave está demasiado dañada, Selene, no creo que pueda salvarse de su caída de ninguna manera; pero ese modelo usa un par de pequeños reactores nucleares para generar energía y luego de estrellarse pueden desestabilizarse —explicó Murad a la vez que se deshacía del abrazo de su protegida—. Es por eso que debo ir a la zona del desastre a encargarme de dejarlos en un estado seguro, para que no dañen a los humanos; la nube radiactiva podría llegar a la base minera si no lo hago y a Padre no va a gustarle nada —explicó depositando a la muchacha en la nieve.

—Pero si está a la distancia que dices, ¿será peligroso? Y llegar a donde está te va a llevar días. ¿Es que vas a dejarme sola por más de una semana? —musitó la chica, inconforme, y volvió a rodear al robot con sus brazos—. No, no deseo que te vayas, Murad; mejor quédate, no tengo ganas de que me dejes sola en la base.

—No debes preocuparte, Selene, no demoraré nada si me llevo un Hurricane y Nana estará contigo. En unas pocas horas llegaré y regresaré en cuanto vea que no existe peligro… seguro mañana estaré en la base para que veamos como las gemelas se ponen y no recordarás lo que ha pasado —murmuró Murad y separó a la muchacha de su cuerpo para insistir en conducirla a su vehículo volante—. Pero ni se te ocurra seguirme en ese Dragonfly, que esto puede ser peligroso para una humana; a mí me protegerán mis sistemas de aislamiento contra la radiactividad —ordenó con un dedo apuntando a donde estaba estacionada la nave, como si de pronto se percatara de eso.

—Pero, pero —balbuceó Selene.

—Tú no te preocupes por nada, sabandija, no demores y monta en el vehículo, Nana estará contigo hasta mi vuelta y te contará cuentos.

—Pero pueden pasarte cosas malas y no volveré a verte, ¿y si terminas contaminado con la radiación? —objetó Selene nuevamente, resistiéndose.

—No me pasará nada porque estoy diseñado para estos casos y la radiactividad no daña mis circuitos principales. Por eso nada más deberé deshacerme de mi ropa y descontaminarme lejos de este sitio —dijo Murad a la vez que llevaba a la muchacha hasta dentro de la cabina y cerraba la portezuela—. En la mañana ve a la escuela normalmente y no comentes esto con los otros niños, no sea que sientan miedo, sólo díselo a German y recuerda, no deseo que salgas de la base.

El robot de combate no lo mencionó, pero su vista provista con un poderoso sistema de procesamiento, que le permitía ver las imágenes lejanas cuando se encontraba en modo de combate, había detectado que en la superficie del casco blindado de la nave siniestrada, una versátil exploradora clase Albatross, habían huellas de impacto que conocía. Las marcas características de los cañones iónicos de un crucero indicaban que la caída de la exploradora era premeditada, y no había explicación para que eso sucediera en una órbita de Ross en donde los humanos no tenían enemigos conocidos según sus datos.

Por eso, por un instante Murad se preguntó si la señal detectada en las últimas noches tendría alguna relación con el siniestro.

En cuanto Selene puso a su Dragonfly en marcha, consciente de que no podría de ninguna manera convencer a su Assassin de que permaneciera a su lado, Murad la siguió corriendo por la nieve. No se podía montar en la cabina con la muchacha aun si en ésta había otro puesto porque con sus 600 kilogramos resultaba demasiado pesado para un vehículo ligero como ese, y eso sin decir nada de su envergadura.

La muchacha se dirigió en un comienzo a la compuerta que había usado para salir a la intemperie, pero cuando vio que Murad se desviaba, comprendió lo que haría y cambió su rumbo para dirigirse hacia otra compuerta diferente en la que se encontraba situado un depósito con varios deslizadores de la clase Hurricane.

El Dragonfly era mucho más rápido que un R-100X20 en la nieve y Selene se sonrió sobrepasándolo, y pensó en despedir a su robot cuando partiera, o por lo menos verlo una última vez esa madrugada hasta su regreso. Pero para eso hubo de dar la vuelta a las instalaciones principales y su llegada demoró unos minutos.

En todo caso, para cuando Murad llegó Selene lo esperaba dentro de la base. El robot no se detuvo hasta que estuvo delante de uno de los cuatro grandes deslizadores que eran usados por el personal para moverse, en invierno por la superficie nevada y en verano por pantanos y praderas, porque en Ross no se habían construido carreteras lejos de las ciudades y pueblos de importancia. Los cuatro deslizadores se mantenían estacionados en sus sitios en la habitación rectangular iluminada con profusión, y el robot humanoide comprobó con detenimiento los depósitos de combustible sintético y el estado de los indicadores después de meterse en su vasta cabina subiendo por la escalerilla de tres tramos.

Entonces encendió los potentes motores, que llenaron de inmediato el depósito con su sonido silbante a pesar de estar en ralenti, y movió poco a poco el vehículo hacia la enorme compuerta donde Selene había permanecido después de abrirla, lentamente para no desencadenar un huracán como el deslizador era capaz de hacerlo.

Los ojos de Selene lo miraron desde el suelo de material sintético y Murad le hizo una señal a la chica para que se separara, para que los ventiladores traseros no la hicieran volar con su impulso.

La muchacha se ocultó detrás del parapeto situado cerca de la salida a propósito, y aun así percivió como la golpeaba un viento algo violento en el momento en que el deslizador salía. La ventisca le descubrió la cabeza haciendo visible su pelo dorado, mas la chica no le hizo mucho caso, y más tarde escuchó el fuerte rugido cuando los motores aceleraron y se cubrió los oídos con sus manos. Por último corrió deprisa a la salida, cuando el deslizador por fin se separó lo suficiente de la base por encima de la nevada superficie exterior, y vio como el rápido vehículo iba levantando remolinos de nieve a su paso.

Los ojitos celestes de Selene se entristecieron visiblemente, con parte de su cabello dorado hondeando al viento, mirando como Murad se veía cada vez más lejos. En la cima del torbellino blanco del que sobresalía una parte de la cubierta superior del Hurricane con su iluminada cabina se podía ver la figura del androide. En el viento helado levitaba un olor a humedad y a combustible, y la chica suspiró al saborear la nieve que los grandes motores del deslizador seguían lanzándole a donde estaba parada a pesar de la creciente distancia que los separaba. Por un momento pensó en que no había podido ni despedirse como había pensado de su amado Murad y se estremeció pensando en la posibilidad de no verlo más. Pero cuando se disponía a ir hasta donde un panel de botones la esperaba con sus parpadeantes luces, para cerrar por fin la compuerta de la base minera, vio a Murad parado sobre el mirador de encima de la cabina del Hurricane, iluminado con la luz de Calipso y la de los reflectores.

En realidad no podía ver tanto, sólo algo como una silueta en donde resaltaban los encendidos ojos del robot de combate que movía un brazo levantado en señal de despedida, o puede lo hiciera más bien para indicarle a la chica que terminara de irse a su cálida habitación en vez de continuar a la intemperie.

Selene se sonrió y movió su brazo del mismo modo hasta que vio que Murad entraba a la cabina, miró por un instante más como el deslizador se hacía cada vez más chico en la noche y se desviaba para meterse por la vereda que rodeaba la linde del monte, y caminó con cortos pasos hasta el panel en el que presionó un botón para cerrar la compuerta.

En la cabina del Hurricane, Murad sostuvo los mandos y miró hacia la forma envuelta en llamas que continuaba su caída desde la estratósfera, por lo visto aun intentando maniobrar a pesar de su cada vez más grande cercanía al suelo. El descubrimiento le hizo pensar en la posibilidad de encontrarse a un tripulante de la clase Albatross si se había lanzado en su capsula de salvamento como era común hacerlo, y si encontraba alguno era probable podría despejar sus dudas sobre la señal desconocida. Por último miró a los paneles llenos de indicadores de su vehículo y observó como en uno de ellos se le informaba que el deslizador estaba próximo a su potencia nominal y llegaba a su velocidad crucero de poco más de seiscientos kilómetros por hora. Pero aun así Murad presionó el botón turbo para de esa manera forzar la marcha de los motores ahora cuando estaba en esa zona desierta y así llegar incluso antes a su destino.
 
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