Galaxy I: La rebelión de los inmortales - Capítulo V

pcarballosa

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En la ciudad Stratos la mañana transcurría como de costumbre, todos los ciudadanos parecían inmersos en una actividad casi febril a pesar de ser cerca del mediodía, cual si el tiempo no les alcanzara, y sólo las vías más secundarías se veían más o menos despobladas.

En las sendas principales, conducentes a la plaza central de la capital, la circulación era especialmente manifiesta a todas horas. En ese lugar estaban situados varios de los edificios de los organismos de dirección, y más hacia los suburbios, una parte de los grandes almacenes. Por eso no resultaba raro ver en esos caminos tal multitud de vehículos de todas clases y de las más variadas formas. Por lo común venían desde los más lejanos confines de la colonia a buscar productos fabricados en la ciudad o traídos desde Gondwana, o a hacer los trámites, recibir los permisos, y a obtener las instrucciones. Pero por lo general llamaban más la atención los pesados camiones de grandes y anchas ruedas estriadas, y los imponentes deslizadores, dado sus potentes motores, a veces eléctricos, rugían de vez en cuando por su extraordinaria potencia, perturbando la paz de la ciudad con sus ruidos desacostumbrados en su día a día.

En ese mismo instante un deslizador, por lo visto proveniente de una de las regiones más salvajes del casi despoblado planeta si se miraban las salpicaduras y manchas de lodo que cubrían su carrocería hasta los vidrios de los parabrisas, hizo bramar también sus motores cuando estuvo delante de un majestuoso edificio que mostraba a la plaza su fachada, como una bestia sofocada por una larga carrera que buscara un sitio en donde por fin encontrar descanso.

En el inhóspito Ross no había caminos en todos lados, o los existentes no eran de los más idóneos para los vehículos de otra especie, y por ellos no podían transitar ni los camiones más grandes.

El estridente sonido pareció romperse contra las paredes que se le interponían cuando el coloso se posicionó para no estorbar y terminó por detenerse, su ovalada panza se posó en la helada superficie del asfalto, y sus ventiladores cesaron de levantar la nieve a su paso. Los propulsores traseros no se habían detenido del todo aún, cuando por la puerta de la cabina se presentó un hombre de cabellos dorados y constitución fornida, vestido con unas ropas de un verde oscuro como las usadas entre militares, y se puso a mirar su entorno con interés en sus ojos celestes. En lo alto de un cielo de tonos un tanto grises y sin nubes, brillaban con plenitud los soles gemelos, y su luz se reflejaba sobre la nieve que cubría las espaciadas superficies de hormigón situadas entre las impresionantes edificaciones del centro, en donde los vehículos de la limpieza habían estado acumulándola para despejar las vías, o centelleaba en los copos cuando eran levantados de nuevo a pesar de todo en forma de remolinos por los sibilantes vientos del norte. El cabello rubio del individuo, y el vello de su barba recordada, parecieron seguir la misma tendencia cuando fueron golpeados por las más bien violentas rachas, dado su cabeza y su rostro iban descubiertos. Pero en cuanto el vehículo se estabilizó lo bastante, haciéndose menos empinado a medida la capa de aire escapaba de su base abombada, el hombre se lanzó más que descendió por la escalerilla cargando en su mano derecha una maleta metálica, y una vez plantó sus pesadas botas reforzadas en el resbaloso suelo, casi corrió hacia las escaleras del frente del edificio.

Por lo visto el visitante también estaba bastante cansado de la fría ventisca y deseaba refugiarse, si se miraba su prisa, o puede lo molestaran los constantes ruidos del resto de los vehículos pesados en sus cercanías, y deseara librarse lo antes posible de esa infernal baraúnda.

En todo caso, en uno de los desiertos despachos situados en la construcción cercana hacia donde se dirigía no pudo oírse ese estrépito del exterior, sus paredes revestidas de un material antisonoro de color verde pálido lo hacían del todo impermeable a todos esos ruidos de la calle, y como si nada hubiera pasado en la plaza, se mantuvo en las mismas, bien iluminado por unas lámparas de difusor cuadrado instaladas de tanto en tanto en su blanco cielo raso.

Por un momento más la extensa estancia continuó tan vacía como en un principio, no obstante esto, una de sus puertas color marrón no tardó en abrirse de improviso, y a través del umbral entró caminando con aire distante un hombre de rasurado rostro a la vez saludaba con un movimiento de cabeza a la persona encargada de sostenérsela.

El individuo parecía de unos cincuenta años por su cabello un tanto canoso, su piel era pálida como si casi nunca pudiera salir a la intemperie, y llevaba encima una especie de escafandra color gris de las comunes entre las personas provenientes de la nodriza Gondwana, sin embargo, en su cuerpo escuálido resaltaba mucho más su cabeza, se diría bastante grande, efecto éste es posible incrementado precisamente por ser tan delgado, lo cual por lo visto a su vez también provocaba que su SAI[1] se notara más en sus antebrazos.

En cuanto estuvo dentro del recinto se dirigió con la misma expresión pensativa propia de un filósofo a donde estaba colocado un escritorio hecho de material negro igual a las butacas de mullida cubierta que lo rodeaban por delante. En unos instantes más recorrió todo lo largo de la extensa mesa de reuniones de cubierta escarlata situada en el centro de la habitación puesto el buró estaba en el fondo. Pero para cuando llegó a su presunto destino, se limitó a mirar sus alrededores como si de pronto se hubiera olvidado de la razón de su visita, hasta terminar posando la vista en los pedestales en donde descansaban las banderas de Ross y de la Federación Terrestre y acariciarse la barbilla.

De todos modos tampoco demoró mucho en eso, y después de suspirar observando los papeles ordenados sobre la superficie de la mesa, donde también podían verse variados dispositivos empotrados, se sentó en la butaca, presionó unos botones para llenar la habitación con una música sosegada, y se puso a revisar con pausada calma los documentos.

En lo adelante se entretuvo en lo mismo, resaltando ciertas partes de los papeles con los marcadores disponibles en su ordenador, o firmando con un bolígrafo cuando esto era necesario, y hubiera continuado así nadie sabe por cuánto si no fuera por la voz femenina que vino a interrumpirlo.

—El señor Papadimitriou ha llegado desde las minas del suroeste, y espera por usted para ser recibido, presidente Hardman —dijo la voz, y de inmediato se desplegó una pantalla holográfica por encima del escritorio, donde se mostró una cara de mujer de unos treinta años.

En ese rostro de suaves facciones, enmarcadas por un peinado cabello color castaño, lucían unos brillantes y grandes ojos lila.

Hardman se mantuvo con unos papeles en las manos, y observó como un retardado esos ojos de expresión risueña en tanto la luz azulada de la pantalla hacía más pálido su propio rostro; nunca había podido evitarlo debido a su raro color lila, la vista de los ojos de su secretaria siempre lo hipnotizaba, y más en esos últimos tiempos, cuando tenía tantos problemas y pensamientos en su cabeza; pero igual su mente no estaba en su despacho en ese instante, y cuando la voz de la mujer se manifestó saltó mucho más lejos, y se puso a rememorar las cosas que habían estado pasando en la colonia, aun si no se habían divulgado todavía.

En un costado del escritorio se encontraba empotrada una especie de caja fuerte y el presidente la miró como intentando decidir algo, después de lo cual colocó en su sitio los papeles, se inclinó hacia ella, y presionó una combinación en los botones de uno de los paneles que había en la parte del frente de la puerta de color azulado.

Entonces recogió del interior la carpeta que estaba en la cima del resto de documentos y pareció disponerse a leerla como si su secretaria no esperara con paciencia por sus indicaciones.

La cubierta de la carpeta era de un color rojo y en su centro podía leerse en doradas letras de formas góticas la palabra secreto, precisamente por eso su contenido no se había registrado en los sistemas informáticos del gobierno central, y se había recogido sólo sobre papel, un soporte bastante poco usado desde hacía rato aun en un planeta todavía subdesarrollado como ese, a menos fuera para las instrucciones entre toda la multitud de departamentos relacionados con las zonas más atrasadas.

En cuanto cerró nuevamente la caja, Hardman, hojeó de vez en cuando la carpeta en sus manos, recorriendo con interés las líneas de texto, y viendo las fotografías, por lo que no pasó mucho tiempo hasta que su cara mostró una vez más una expresión de estar por completo absorto.

—El señor Papadimitrou espera, presidente Hardman —insinuó la secretaria con una voz dulce y eso pareció despertar a Hardman de nuevo y lo hizo sacudir la cabeza.

—¡Ah…! Sí, sí, sí. ¡Qué barbaridad! Qué pase todas las comprobaciones y venga de inmediato, hace días lo esperó —ordenó Hardman con un ademán de una mano.

En el rostro de la secretaria se mostró una expresión de complacencia, o puede esto fuera porque su distraído superior la divirtiera mucho; en todo caso la mujer asintió con la cabeza, y la pantalla holográfica desapareció como mismo se había manifestado.

Por su parte, el presidente se dedicó a hojear de nuevo la carpeta en cuanto volvió a estar a solas, como si una vez comenzado dicho proceso, no pudiera interrumpirlo, o puede y esto se debiera a su deseo de repasar el contenido para estar más preparado antes de vérselas con su invitado.

En esos días se había celebrado el décimo aniversario de la llegada de los primeros pobladores a Ross, entre los cuales Hardman estaba; habían llegado con la misión de organizar la nueva colonia de la Federación Terrestre en un planeta en donde la vida resultaría dura. Por su profesión era ingeniero en minas y su actividad le encantaba, igual a su hobby, la geología, incluso cuando no había tenido tiempo para profesarla como le hubiera gustado. En los primeros días se habían convocado las elecciones a la presidencia de la colonia y un conocido lo había convencido de presentarse, puesto era bastante popular por sus conocimientos, lo había hecho sin esperanza, y se había sorprendido cuando había ganado. En ese instante de eso hacía casi diez años, y por eso sólo restaban unos meses para la terminación de su segundo y último mandato de cinco años. En ese lapso de tiempo había logrado, con sus constantes esfuerzos, su persistente trabajo, y sobre todo con sus múltiples contactos entre los altos rangos de Gondwana, hacer de la colonia en Ross un estado cada día más desarrollado. Por eso no podía sentirse insatisfecho por sus logros, a pesar de faltarle mucho para llegar a la meta, y se había sentido listo para ser sustituido por otro ciudadano en las próximas elecciones, por lo menos así podría por fin volver a sus labores como ingeniero. Pero los acontecimientos de los últimos meses lo habían hecho dudar de su retiro, y ahora no sabía si debía irse y legarle a su sucesor el creciente embrollo que por lo visto se avecinaba, o pedir una prórroga de emergencia a la nodriza.

Por supuesto, también estaba la cuestión no resuelta de los comandantes amotinados en varios de los cruceros de la nave madre, la cual se había presentado hacía poco más de un año y en lo adelante se había mantenido en secreto en la medida de lo posible, o por lo menos desde esa fecha se lo habían informado. Pero ese problema en particular no era de su incumbencia, o eso había estado pensado hasta tiempos más recientes, porque si se venía a ver, los cruceros implicados en la rebelión nunca habían estado ni cerca de Ross, y por lo tanto no eran un peligro inminente para ellos. En realidad la única afectación del motín a la colonia se reducía a causar retrasos en las entregas de suministros, por los asaltos a naves de carga de Gondwana, y por eso mismo no había podido lograr instalar los sistemas satelitales; en la nueva situación esos sistemas de comunicación le hubieran sido útiles para permitir un intercambio de información de forma segura entre los diferentes puntos del planeta, mas esos mal nacidos solían robárselos, seguramente para usar sus componentes de una manera distinta.

Las complicaciones reales para la colonia se habían presentado sólo cuando habían llegado los primeros informes contenidos en la carpeta en sus manos procedentes de las remotas minas de Wolframita situadas en las montañas del suroeste; Papadimitriou se los había llevado en persona, en parte por su trascendencia, y en parte por el mal estado de las comunicaciones, puesto como responsable de la extracción del mineral para la nodriza era su obligación preocuparse por toda incidencia con posibilidades de dañar los rendimientos; y después poco a poco habían seguido llegando informes, con lo cual unas pocas hojas iniciales se habían ido convirtiendo en una carpeta de más de trescientas páginas, y esa cantidad seguía creciendo como si nunca fuera a detenerse.

En verdad todo había sido pura casualidad, un minero había encontrado durante uno de sus permisos unos extraños pasadizos situados en la cavidad de una caverna de las colinas cercanas a una de las minas nuevas, y como decidió explorarlos, de pronto se había encontrado en una especie de ciudad subterránea.

Por lo visto, a pesar de estar deshabitadas ahora, en ese lugar habían vivido multitud de seres bípedos de largos rostros y mucho más pequeños que los seres humanos, pero igualmente provistos de cierta inteligencia, y eso era revelado sin lugar a dudas no sólo por las construcciones, y por las decoraciones y las pinturas en las paredes de algunos de los vastos recintos, sino también hasta por otras imágenes, como esas a modo de pictogramas, podría ser cierta clase de escritura por estar recogidas muchas veces en una especie de libros.

Por eso ahora lo sabían, Ross había sido habitado por una especie distinta con cierto desarrollo, y eso hubiera sido una grandiosa noticia a ser divulgada de no ser por lo otro, dado no se tardó en descubrir que esa civilización de seres de reducido tamaño, que por esto contradecía la regla de Bergmann, se había extinguido en un intervalo de tiempo demasiado limitado, lo cual hacía temer una devastadora pandemia.

El descubrimiento logró romper la paz de Hardman y ordenó que no se divulgaran los hechos prematuramente, a pesar de enviar a Gondwana un radiograma cifrado para solicitar la presencia de expertos en vida extraterrestre. En la ciudad no contaba con ninguno, estos no eran necesarios allí, o así se lo había supuesto en su momento, por eso los elegidos en la Tierra para llevar a cabo el estudio de los valiosos registros de los Ur legados durante su visita no habían sido enviados a correr riesgo en esas tierras inhóspitas. En un momento determinado eso resultó comprensible, mas por lo menos desde su punto de vista, la situación creada ahora ameritaba disponer de expertos, y había pensado en la nodriza se darían prisa con su pedido como solía ser costumbre. La posible presencia de un germen mortal en esas galerías de la montaña cercanas a las minas no era como para no tomarla en cuenta, y si existía ese peligro, eso podría ser perjudicial para los ciudadanos a su cuidado, y causar estragos en la extracción de recursos vitales. En todo caso, desde Gondwana sólo se limitaron a pedir evidencias, aun si los expertos podrían demorar más de un mes en llegar en caso de ser enviados de inmediato, y eso lo hizo pensar en el posible temor en la nodriza a perderlos, tal vez por ser capturados por casualidad por los amotinados. Por lo visto en Gondwana no debían de disponer de la cantidad suficiente de cruceros, nadie sabía cómo puesto se suponía su fuerza era la suficiente, y por su parte debido a eso mismo no podría enviar a la nave madre un vehículo civil con parte de los materiales encontrados, no era nada seguro por no disponer de la escolta. Por eso en lo adelante se debió ocupar por sí sólo del encubrimiento de la situación a la vez le enviaba los suministros a las minas de Wolframita tratando de no levantar muchas sospechas, y entretanto se buscaban y recogían las muestras para convencer a los mandos en Gondwana, consultó a varios habitantes de Stratos relacionados con los pocos centros científicos.

En resumen, en los últimos meses la actividad de Hardman, de por sí incesante debido en parte a su propia naturaleza, se había incrementado mucho, y el presidente, desde siempre delgado, había perdido más peso, y se había puesto mucho más pálido.

Por desgracia, nadie en la colonia parecía estar en capacidad de poder por lo menos descifrar los pictogramas con éxito, y así conocer lo sucedido por boca de los propios afectados, y en tanto pasaban los días iba saliendo a la luz más y más información, y la situación en vez de resolverse se complicaba, porque como se veía implicada más gente, era complejo mantener el secreto, y si todo se revelaba antes de lo indicado, muchos curiosos irían por las excavaciones, y la legislación vigente sobre libertad de acceso a la información no le hacía fácil impedirlo.

La teoría inicial había indicado que las criaturas de la civilización desconocida habían debido evolucionar hacía cientos de millones de años ocultas en las galerías debido a lo riguroso del clima de Ross, así habían sobrevivido, y eso explicaba la violación de la regla de Bergmann por su reducido tamaño. El clima del planeta gigante no debía de haber cambiado tanto en ese período de tiempo, porque si no era tan extremo en otra época, ¿para qué esos seres iban a encerrarse en la oscuridad como lo hicieron? Pero más tarde los elegidos de Papadimitriou, como se dieron en llamar, fueron revelando la imposibilidad de la evolución de las criaturas en ese planeta, mostraron la edad de varios de los pictogramas más antiguos, y ésta resultó más pequeña de lo pensado, podría decirse lo suficiente para llevar a la posibilidad de un desembarco.

Los resultados cambiaron la situación e hicieron pensar a Hardman en la posibilidad real de la partida de los seres, incluso cuando por su desarrollo parecía improbable, y si eso era cierto, explicaba la ausencia de restos de los cuerpos, porque tal vez sólo se habían largado como mismo habían venido, en lugar de morir por causa de una letal epidemia.

Por eso estuvo a punto de revelar todo sobre el descubrimiento, como lo indicaba la ley, y si no lo hizo fue por su cautela de costumbre.

En eso los mineros lograron excavar un conducto cerrado premeditadamente a cal y canto, y se encontraron con un enorme valle subterráneo, como si fuera un cráter de volcán cubierto por rocas. En ese sitio descansaba una especie de vehículo espacial de grandes dimensiones que mostraba, o por lo menos según escaneos, una forma semejante a la de un huevo comprimido. El descubrimiento echó por tierra la teoría de la emigración, o por lo menos de la emigración de todos los habitantes de la galería, porque por lo visto una de sus naves estaba varada. El asunto resultaba extraño dado la galería conducente a ella parecía haber sido cerrada deprisa y a propósito. Pero en tanto se estudiaban las causas del fenómeno, las exploraciones en más profundidad comprobaron como para colmo la nave encontrada no tenía relación con las criaturas de la ciudad subterránea, sino pertenecía a una civilización diferente, y su tecnología se daba un aire a la humana.

Los últimos descubrimientos y pruebas recolectadas permitieron a Hardman enviar un radiograma cifrado más a Gondwana con los principales datos obtenidos, para solicitar de nuevo una partida de especialistas en vida extraterrestre y otras materias capaces de encargarse del creciente problema; y esta vez en breve la nodriza había respondido con otro radiograma cifrado en donde le informaba del envío de los expertos abordo de uno de los cruceros de batalla más poderosos de la Federación Terrestre nombrado TFS Repulse, que se dirigía a sus coordenadas en una "misión de rutina".

Por si todo esto fuera poco, en días recientes lo había visitado Kerrigan, director de las instalaciones del SDD de los suburbios de Stratos; había venido en compañía de uno de sus subordinados, vivaracho muchacho de rubios cabellos, y por lo visto bastante imaginativo.

El director había informado como se había detectado una emisión en las cercanías de Próxima Centauri, la cual se repetía de modo continuado, y eso preocupaba a Kerrigan pues, contrario a lo más común, no podían descifrarla. En realidad hasta ese punto la información resultaba del todo creíble, y existían las evidencias, Kerrigan sabía de la existencia del motín en la nave madre, se le había encomendado monitorear todas las señales sospechosas, y era sencillo pensar esta se trataba de ellos, aun cuando sí era increíble que estuvieran tan lejos sin una nodriza. En cambio, la teoría del muchacho de cabellos dorados iba más lejos, y después de unos momentos de vacilación había declarado la posible llegada de una nodriza desconocida a las inmediaciones de Alfa Centauri A.

Pero eso no era todo, y según ese subordinado de Kerrigan, la nodriza podría tratarse de la desaparecida Galaxy I de la UDO.

En todo caso Hardman se cuidó de no reírse de la teoría del chico, se tomó un tiempo para revisar las pruebas presentadas, y como en efecto muchas características de los criptograma eran propios de la tecnología usada en una nodriza, también informó de las señales a Gondwana, aun cuando poco a poco fue infiriendo como en su nodriza seguramente habían detectado ese problema desde hacía un rato, e incluso pensó tal vez por eso mismo no tenían suficientes cruceros para otras actividades, por estarlos usando para investigar ese fenómeno.

—Presidente Hardman, ¿se encuentra bien? —preguntó la secretaria, y sólo entonces Hardman vio como sobre su mesa se había vuelto a desplegar la pantalla holográfica, y la mujer lo miraba desde su centro.

—¿Qué? ¡Ah! Sí, sí, disculpa, Mara —dijo Hardman y la miró expectante.

—¿Desea… hacer pasar a Papadimitriou ahora? —preguntó Mara viendo como no le indicaban nada.

—Por favor, por favor, hazlo pasar de inmediato… y como siempre, intenta que no nos molesten, vamos a tratar asuntos importantes… es sobre la producción de mineral en sus minas y no podemos perder ni un momento —ordenó Hardman con un ademán de su mano.

—¡Enseguida! —dijo la secretaria y su imagen desapareció del escritorio de Hardman como la vez pasada.

En sólo unos segundos después la persona encargada de la seguridad abrió la puerta y por ella entró la persona recién llegada a la ciudad en un deslizador cubierto de lodo helado.

—Muchas gracias, Frank, puedes retirarte —manifestó Hardman mirando a los ojos a su oficial de seguridad, y esperó hasta verlo retirarse en silencio después del saludo.

Entonces detuvo la música, cerró la entrada de llamadas, y posó sus pequeños ojos tirando a grises en la cara ancha de mandíbulas salientes de su visitante, en donde crecía su recortada barbita dorada como su cabello.

Por su parte, los ojos celestes de Papadimitriou miraron a Hardman con una cierta emoción contenida.

—Estimado Ianos Papadimitriou, es bueno verlo de nuevo en un estado saludable, y eso seguro no ha podido ni dormir para llegar desde tan lejos —dijo por fin Hardman a medida se levantaba para caminar a donde estaba su invitado y estrecharle la mano con viveza; en las cercanías de Papadimitriou pudo percibir un olor como el existente en las minas de Wolframita, olor a mineral, a tierra, y a ventisca, y todo eso le recordó su propia profesión—. Pero venga, venga a una de las butacas, siento mucho haberlo cargado con todo este trabajo extra, y seguro está hecho polvo por ese largo viaje en un Hurricane —volvió a decir tras una pausa llevando a Papadimitriou hasta donde los muebles estaban situados.

Papadimitriou hizo un gesto con su mano libre, restándole importancia a esa cuestión, y luego se sentó en donde Hardman le indicaba y colocó su maleta metálica sobre las piernas.

El presidente miró por un momento más a su compañero y después rodeo su buró y se sentó a su vez en su propia butaca.

—Me preguntaba cómo irían las cosas; como hacía días no llegaban noticias —dijo cuando estuvo instalado.

—Todo va lo mejor posible, dentro de nuestras limitaciones, y como no hemos podido movernos abiertamente —dijo Papadimitriou encogiendo sus anchos hombros.

—Me alegro mucho de eso, nos ha tocado una buena, pero todo sea por nuestro bien, es decir, por la salud y el bienestar de nuestra gente… por cierto, me había olvidado, ¿desea comer y descansar primero o vemos los datos ahora mismo? —dijo Hardman a pesar de su propio deseo de empezar de inmediato, y movió uno de los papeles para evitar un reflejo de la luz del cielo raso en la pulida superficie de su mesa.

—No, no, comeré luego, no puedo demorar mi regreso —dijo Papadimitriou y se puso a poner un código en el panel de la maleta metálica colocada sobre sus piernas.

Hardman asintió para mostrarse de acuerdo, la disposición de Papadimitriou siempre lo complacía, y después estiró su cuello para ver como éste sacaba los papeles de la maleta.

En cambio, el hombre rubio sacó primero un pequeño dispositivo, negro y cilíndrico, y esperó después de ponerlo calladamente sobre la superficie del buró.

El presidente enarcó las cejas con extrañeza, mas de todos modos cogió el dispositivo y lo conectó a su Sistema de Ayuda Integrado sobre su brazo derecho; no paso mucho tiempo presionando unos botones en el panel cuando se desplegó delante de su rostro una pantalla holográfica.

—¿Qué ha sucedido? ¿Por qué no vino con los impresos? —preguntó más tarde a la vez movía sus dedos sobre la pantalla para explorar el contenido de la memoria.

—En esta ocasión no fue posible, o por lo menos hasta recibir su autorización, no me pareció bien arriesgarme a revelar esto… vi unas cosas dentro de la nave, y… no sé… todo se ha complicado mucho más —dijo con cierta vacilación Papadimitriou.

Los ojos del presidente recorrieron las carpetas, tocó una levemente y en la pantalla se mostró una imagen en donde había un hombre con instrumentos de mina parado a un costado de un extraño sarcófago de cubierta de un material semejante a vidrio, por lo cual permitía que se viera su contenido.

—¡No puedo creerlo…! ¡Qué barbaridad! ¡Esto no es posible! —exclamó Hardman con su rostro estupefacto luego de una pausa, y posó sus ojos en Papadimitriou, que podía verse del otro lado de la pantalla.

—Por eso… —dijo Papadimitriou asintiendo.

En la parte interior del sarcófago descansaba, como si durmiera en paz, un espécimen casi por completo humano, o eso parecería si no lo desmintiera su exagerada estatura y su poderosa complexión, además de su piel más bien grisácea; el hombre parado a un lado del contenedor, seguramente nada pequeño como solían serlo los mineros de las minas de Wolframita, se notaba chico en comparación con esa bestia de casi tres metros de estatura.

En todo caso, era evidente la criatura había muerto hacía un tiempo, porque como su cuerpo estaba desnudo, se podía ver como en su piel se habían producido roturas, y por ellas se distinguían lo que en su día habían sido los músculos ahora petrificados. Los cortes eran profundos, mas no parecían producidos por cuchillas, sino como si en esos lugares las células de la piel se hubiera desintegrado, o ésta se hubiera hundido sobre sí misma. Las manos del ser también eran inmensas en correspondencia con el cuerpo, o un tanto mayores por sus proporciones, estaban con los dedos entrelazados sobre el vientre, como si en un momento le hubiera dolido y se lo hubiera cogido con ellas. Por ultimo resaltaba la barbilla, enterrada en un punto del potente pecho, cosa que provocaba un soporte a modo de cojín en donde descansaba la cabeza calva cual si se la hubieran afeitado a propósito.

—¿Está muerto… verdad? —preguntó Hardman por si las dudas, mirando la pequeña boca del cadáver, y pensando por lo menos en ella no parecían existir amenazantes dientes afilados.

—Bueno, éste en efecto lo está, como casi todos… algo destrozó parte del sarcófago del otro lado, y no parece ser por accidente, sin embargo, encontramos unos pocos en otra sala, y ellos, como decirlo… los sistemas de los sarcófagos funcionan y siguen en una especie de hibernación —dijo Papadimitriou señalando con la mano la pantalla en la parte en donde se notaba una entrada o salida de la sala en penumbras.

—Es increíble —dijo Hardman enarcando una ceja.

—Pero seguro no ha notado un detalle, si acerca la imagen verá la inscripción.

Hardman volvió a mirar la imagen y vio como, ciertamente, el minero de pie en la foto parecía indicar una inscripción con su índice derecho.

Entonces movió sus dedos sobre la pantalla y maximizó esa parte de la imagen hasta que sus ojos pudieron ver lo que en ese sitio había escrito.

—Edmund Louis Bronson —dijo como si no pudiera creérselo, y levantó la cabeza con prisa para mirar por un momento a los ojos a Papadimitriou, y después continuar con la lectura.

En la parte inferior de la chapa decía ALPHA, debajo se mostraba un veinte, y luego venían datos de rango militar y especialidad de combate.

—Es extraño, ¿no es cierto?, no sólo la lengua y nombre, también las grados y hasta las capacidades —dijo Papadimitriou cuando Hardman volvió a mirarlo.

—¿Qué significa esto? ¿La criatura esa es de los nuestros? —preguntó Hardman.

—Por mi parte eso parece, presidente Hardman, esa nave parece una de las nuestras, sólo que es mucho más grande y está mejor construida —dijo Papadimitriou a medida se volvía a encoger de hombros.

—¡Qué barbaridad! Pero si nosotros no usamos hibernación, es una pérdida de tiempo y, además, no es demasiado seguro, y eso sin decir nada del tamaño del individuo, ¿no ha medido la envergadura de uno de esos brazos? —dijo Hardman negando con la cabeza.

—Es cierto, y en la nave también encontramos artefactos raros, en un depósito vimos algo así como Mobile Suit autónomos, y eso parece usaron casi todos porque no iban a ser tan grandes para nada esos hangares, pero de todos modos, esa nave es como un acorazado de la Federación Terrestre, o un poco más grande —dijo Papadimitriou a la vez asentía.

—Todo era complicado antes, y ahora nos salen con esto —dijo Hardman como para sí.

—Por otro lado, he leído que hace cosa de un siglo en la Tierra pensaron en utilizar la hibernación en caso de necesidad para hacer ciertos viajes espaciales largos, como las misiones militares preventivas o para recabar datos, y eso aun a pesar del tiempo desperdiciado con toda esa gente durmiendo, porque con eso se podría realizarlos con naves más pequeñas sin necesidad de las nodrizas, y así infiltrarse con posibilidades de no ser detectados, no obstante, como poco después se dispuso de la tecnología de salto, y sólo podía instalarse en una nodriza por su tamaño y potencia, se decidió que sería mejor que la gente continuara viviendo tal cual como en su planeta natal, y que era un desperdicio dejarlas durmiendo sin que se desarrollaran incluso en una misión de esa índole —dijo Papadimitriou.

—Es decir, ¿a estos los mandaron nadie sabe a dónde en una misión militar, y la nave no debe de poseer sistemas de salto avanzados, por ser pequeña en comparación con una nodriza? —preguntó Hardman a la vez veía otras imágenes de los interiores de la misteriosa nave y enarcó las cejas en señal de asombro por la tecnología instalada.

—Bueno, por lo menos es una posibilidad, y la nave ciertamente existe, puede sea de un programa secreto, soldados modificados como esos extendidos de hace décadas, lo único raro es su llegada a nuestro planeta antes de Gondwana, porque si sistemas de salto no me lo explico, y eso sin decir nada de su tecnología, no me parece de las antiguas sino todo lo contrario —manifestó Papadimitriou una vez más encogiéndose de hombros como por lo visto era su costumbre y omitiendo la relación de su familia con una forma de esos extendidos de hacía décadas—. Pero por ahora nada más les ordené a mis hombres ir sacando el contenido de las bodegas accesibles, y también investigar como terminó la nave dentro de esa montaña; cuando dispongamos de las muestras de ADN podremos comprobar si de verdad son humanos, y tal vez conseguir la bitácora para enterarnos de más detalles —volvió a decir tras un silencio.

El presidente suspiró con ruido y volvió a pasar las fotos con los movimientos de sus dedos.

—En ese caso deberé resolver una nave de transporte para recoger todo eso y traerlo a un sitio seguro, no obstante, por lo menos ahora me resulta más comprensible ese interés de Gondwara en esto —dijo luego mirando a Papadimitriou con una expresión pensativa en su rostro—r ese pretexto de la seguridad. mas habdenaran nte en las minas, un olor a tierra, a polvo, a ventisca, y eso l. Pero espero no se despierte ninguno de los dormidos con el vapuleo, no debemos molestarlos hasta conocer bien su procedencia y saber todo en cuanto a sus intenciones, a menos los de Gondwana piensen de otra manera —volvió a decir mirando más fotografías de los interiores de la nave encontrada.

—Los hombres están embalando todo, y por lo demás no existe peligro, porque parece que nada más se puede despertarlos iniciando un procedimiento, no lo harán aunque mi gente haga una fiesta con pirotecnia, pero sí sería bueno proteger todo lo extraído antes de la llegada de las tormentas de nieve —dijo Papadimitriou y Hardman asintió mostrándose de acuerdo.

—Por cierto, espero todos sus hombres estén utilizando las escafandras de protección biológica, porque ahora descubrimos a estos, y resulta también están muertos, salvo por esos pocos mencionados por usted —dijo después el presidente, como si recién lo recordara.

—Por supuesto, nadie entra ni a las galerías sin la escafandra, y mucho menos a esa nave —dijo Papadimitriou.

—Hmmm, y todo tiene sentido, tal vez fueron estos los causantes de la epidemia y los otros más pequeños se extinguieron por su culpa, no parecían tener tanto desarrollo, o por lo menos en sus asentamientos subterráneos en Ross, no hemos encontrado ni un rastro de sus naves, y es posible no pudieran desarrollar una cura a tiempo, lo cual no es necesario decir nos describe también a nosotros mismos, porque dependemos de la nave madre en eso, y desde donde está Gondwana la carga de suministros médicos podría demorar mucho en llegarnos, sin mencionar la cuestión de las investigaciones y esos otros… imprevistos, por culpa de esos… o sea, siempre se debe de prever todos los posibles riesgos —dijo Hardman volviendo a mirar más imágenes, y pensando en los cruceros rebeldes y sus incursiones contra los cargueros.

—Es posible, por lo menos una parte del casco de la nave está bastante más dañado, y por ese agujero se podría haber colado hasta un elefante… además la nave también podría haberse estrellado en ese lugar por una epidemia abordo, porque imagino en una época la montaña debió de tener ese valle de su interior a cielo abierto… pero si se viene a ver, la catástrofe también pudo ser ocasionada por los otros, ahora no nos va a ser fácil descubrirlo, después de tanto tiempo —dijo Papadimitriou con expresión dubitativa.

Hardman detuvo su mirada en una imagen cuando vio a otra criatura semejante a la vista primero, mas en esta ocasión se trataba de una hembra de grandes pechos, aun a pesar de lo cual, poseedora de casi la misma corpulencia en comparación con los machos.

—¿Qué otros? ¿Los pequeños? Pero como… —preguntó entretenido.

—¡Ah! Es cierto, no lo había mencionado… en la nave encontramos otras criaturas, y esta vez no se parecen en nada a los humanos —dijo Papadimitriou dándose un golpe en la frente.

—¿Qué me está diciendo? —dijo Hardman dando un respingo.

—El depósito en donde los encontró uno de mis hombres estaba situado en los pisos inferiores de la nave, y sólo recién llegamos a uno de ellos; debemos ir con cautela y por eso no hemos investigado mucho, sólo sé tenían sus propios sarcófagos diferentes a los de los humanoides de las fotos —dijo Papadimitriou.

—¿Qué demonios está pasando…? Hemos estado unos diez años sin descubrir nada raro en Ross, y ahora de improviso nos salen bichos por todos lados, o esa nave es un arca como la descrita en ese libro, ¿cómo se llamaba…? —murmuró Hardman a la vez sus dedos pasaban las fotos con más celeridad, como para llegar a las de la especie indicada por su compañero.

—En este caso son criaturas más grandes aún, y tiene muchos brazos, la verdad son como unos pulpos con muchos tentáculos según me lo describió mi hombre, unas con vivos colores y otras grisáceas como estos humanoides —dijo Papadimitriou a medida señalaba la pantalla.

—Sí, sí, pero, ¿dónde están las fotos? —preguntó Hardman.

—No, no, lamentablemente la persona no logró sacarles fotos a esos porque hubo un incidente y la cámara se estropeó, y como iba sólo y ese depósito está bastante lejos de la entrada que usamos, por eso sólo pudo describírmelos; o sea, ahora seguro sí logró llegar allí una vez más y tomó las fotos, porque como hace unos tres días de mi salida es posible esté en eso ahora mismo, sólo no esperé por los resultados, porque pensé este descubrimiento era importante —dijo Papadimitriou y Hardman se detuvo otra vez en un humanoide gigante dado no habían imágenes de los otros.

El rostro del presidente pareció indicar que se sumergía en sus propios pensamientos como solía pasarle y por un instante se hizo silencio en su despacho.

—Ha hecho bien, Papadimitriou, y ahora podré reunir más suministros con esos cuatro días de ventaja, porque de todas formas, no creo esas criaturas se escapen, si seguro llevaban siglos ahí como dice y están muertas, ¿no? —dijo Hardman por fin.

—Bueno, en cuanto a eso, no dispongo de datos —dijo Papadimitriou.

—En efecto, en efecto, los tendremos pron… —dijo Hardman, pero no pudo terminar la frase, porque la señal proveniente de la oficina de la secretaria sonó, y un indicador se puso a parpadear en su escritorio.

Hardman miró la luz intermitente como si no pudiera creérselo, sin embargo, no tardó en ocultar la pantalla de su SAI y presionó el botón para contestar a la llamada.

—¿Qué sucede? Había indicado no se nos molestara —dijo un tanto molesto cuando se mostró en la pantalla la cara de la secretaria.

—Es cierto, presidente Hardman, pero llegó una comunicación marcada como urgente y… —dijo la secretaria con rostro lastimero.

—Bueno, bueno, en ese caso, pásemela —ordenó Hardman impaciente.

—¿Está seguro, presidente Hardman? —preguntó la secretaria y Hardman miró a su visita comprendiendo los motivos.

—Por supuesto, no faltaba más.

—En ese caso… —dijo la secretaria y en la pantalla latió un ícono con forma de carta.

El presidente tocó el ícono con un dedo y en una ventana se desplegó un texto con su fondo blanco.

—¡Y viene del TFS Repulse! —exclamó luego y se dedicó a leer el contenido.

El rostro de Hardman, en un primer momento entusiasmado, se fue cubriendo con una expresión de desaliento tan grande que Papadimitrou se dio cuenta sin esfuerzo.

—¿Qué sucede? —preguntó el encargado de las minas del suroeste sin poder evitarlo cuando Hardman suspiró como si llevara un peso sobre sus espaldas.

—El TFS Repulse me informa de su inminente llegada, esa es la nave de Gondwana en donde me envían los especialistas, pero todavía está bastante lejos de Stratos, nos manda a decir que entregará a los especialistas en una Vulture —susurró Hardman.

—Pero eso no es malo, y llegan justo a tiempo —dijo Papadimitriou contento.

—No, eso no es lo malo, por fin logré hacerme con ellos, sin embargo, por lo visto una de nuestras naves colapsó en medio de una misión, me habían informado se dedicaría a trazar mapas de Ross y de paso localizaría más depósitos minerales, pero parece la hemos perdido y no sabemos del estado de los tripulantes —explicó Hardman.

—Bueno, eso es otra cosa, es lamentable… espero por lo menos usaran las cápsulas de salvamento —dijo Papadimitriou.

—Eso espero, sí, por cierto, la nave se estrelló relativamente cerca de su región —dijo el presidente y suspiró una vez más cual necesitado de oxígeno.

—¿En las cercanías de las minas?

—Por lo menos eso me informa TFS Repulse —dijo Hardman asintiendo.

Entonces desconectó la memoria traída por Papadimitriou, y la colocó en un estuche seguro tomado de la primera de las gavetas de su buró.

—En ese caso, será mejor regrese ahora mismo, mis hombres podrían salir a… —dijo Papadimitriou.

—No, no, usted debe permanecer con nosotros, por lo menos unos días más, porque me gustaría enviar a los expertos en su compañía… y además, desde TFS Repulse me informan de la posible radiación en la zona, por los reactores de la nave, si no les mandaría una partida para socorrerlos… en fin, ellos son militares y parece tiene la orden de encargarse, tienen muchos más recursos y medios para hacerlo, en cambio nosotros, no tengo mucho personal entrenado —dijo Hardman metiendo el estuche en su caja fuerte.

—Tiene razón, y como seguro los especialistas deben estar agotados por la travesía, va a costarles con la gravedad de Ross luego de estar tanto tiempo en ingravidez… es decir, me hubiera gustado volver cuanto antes, especialmente después de este último hallazgo, y así de paso llegarme a la base minera y ver a Selene, pero comprendo la situación —dijo Papadimitriou conforme.

—¿Selene?

—Mi hija Selene, sigue siendo una chica bastante traviesa a pesar de tener catorce, y como la madre es una oficial en Gondwana y casi nunca puedo estar con ella, menos después de empezar todo este embrollo, por eso me proponía pasar por allí, pero es una suerte que Murad permaneciera con nosotros —dijo Papadimitriou pasándose una mano por los cabellos.

—¡Ah! Entonces, ¿Murad es su tío? —dijo Hardman.

—No, no, Murad es… más bien es… en fin, es mejor no hablar de esto —manifestó Papadimitriou e hizo un ademán de desdén en tanto negaba con la cabeza.

—¡Oh! Lo siento, no era mi intensión inmiscuirme, y además, seguro debe estar tan hambriento y cansado, y para colmo le causo más problemas —dijo Hardman.

—No, no debe preocuparse, esperaré por los expertos si ese es su deseo, presidente, reconozco la necesidad de todo esto —dijo Papadimitriou.

—Eso sería lo mejor, mi estimado Papadimitriou, y por lo pronto ordenaré le preparen una habitación en nuestro edificio de gobierno, verá, no son como en Gondwana, pero no están mal, descansará de maravillas en la cama, y la comida es abundante y buena como debe ser, porque sin comida no se puede llegar a ninguna parte —dijo Hardman y Papadimitriou se sonrió.

—Está en lo cierto, presidente Hardman, y la cama será mejor a la del Hurricane, con todos esos bandazos —manifestó y se puso de pie cuando Hardman lo hizo.

—En todo caso no se preocupe por nada, ha hecho más de lo esperado, y un día todo esto saldrá a la luz y en Gondwana reconocerán sus sacrificios —manifestó Hardman invitando a Papadimitriou a seguirlo.

En cuanto estuvieron en la entrada Hardman abrió la puerta marrón y se encontró con la mirada de su oficial de seguridad.

—Por favor, Frank, podrías usar a uno de tus hombres para gestionar una habitación para mi invitado Papadimitriou, es necesario su permanencia en la capital y deseo sea bien atendido —dijo Hardman.

—La orden será cumplida, presidente Hardman —bramó Frank cuadrándose.

—Tienes permiso para retirarte —dijo Hardman y vio como su subordinado le hacía un saludo militar y se dirigía hacia donde estaban situados otros hombres.

Entonces se volvió hacía donde Papadimitriou estaba.

—Bueno, Frank se encargará de todo, y en unos días espero disponer de una nave de transporte para llevarlo de vuelta con los especialistas, a ver de dónde la saco, porque como nada de esto estaba en los presupuestos, una vez más deberé mover las fichas y desviarla de otras tareas, los medios no suelen sobrarnos —dijo Hardman ofreciendo su mano.

—No se preocupe, presidente Hardman, unos días de descanso más o menos no me matarán, y si después de eso vuelvo en una nave en vez de usar mi Hurricane —dijo Papadimitriou sonriente, estrechó la mano, y se encogió de hombros.

—Es cierto, es cierto, y en la misma nave podremos trasladar los Mobile Suit de vuelta a la capital, a ver si también encuentro en dónde meterlos —dijo a su vez Hardman y se rió viendo como Frank volvía con otro hombre a su lado.

Por último los hombres volvieron a estrecharse las manos y se despidieron, y en tanto Papadimitriou era conducido a su residencia y Frank ocupaba su puesto en la puerta de la presidencia, Hardman volvió a su butaca y se dedicó a pensar en lo necesario para llevar a cabo la nueva tarea, esa misma tarde unos cuantos responsables de los varios departamentos de dirección serían citados.​

[1] Sistema de Ayuda Integrado.
 
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