💮Reseña: Ijiranaide, Nagatoro-san

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Molestando a Senpai

Sinopsis:


Muchos son los estudiantes que para obtener un poco de paz van a la biblioteca. Uno de ellos, sin embargo, tiene la mala suerte de cruzarse con Hayase Nagatoro tras tirar accidentalmente su manga al suelo. Como resultado, ella y sus amigas se burlan de él. Si bien acabaron por marcharse para ir a pasar el rato a otro lado, Nagatoro decide quedarse para seguir burlándose de él. ¿Por qué? La razón es que encuentra divertidas su inacción y vergüenza, ambas manifestadas en sus expresiones. Por esa razón, la pequeña Nagatoro toma la decisión de visitarlo diariamente en el aula de arte. Ahí la joven estudiante continuará con su perverso juego, sin que su débil y tímido Senpai haga mucho por evitarlo.

Trama y Desarrollo

El año pasado, con mis frecuentes incursiones en el manga, tuve la oportunidad de adentrarme más a fondo en un género que a menudo es la delicia de los corazones sensibles al dulce: el de las love comedies. De la obras catadas ninguna me gustó tanto como Ijiranaide, Nagatoro-san (2017). El manga guionizado e ilustrado por Nanashi, autor anteriormente dedicado al hentai, había llamado mi atención porque se trataba de uno de los más vendidos en Japón. En julio de 2020 había superado las 1,2 millones de copias en circulación y su adaptación animada está programada para primavera. De cualquiera manera, no voy a hablar de popularidad sino de las cualidades de un manga que, por lo general, se le conoce como la versión pícara de Karakai Jouzu no Takagi-san (2012). Veamos que hay de cierto en ello.

Ijiranaide, Nagatoro-san pertenece, según mi opinión, a un grupo de comedias románticas englobadas bajo la expresión «Bad girls teasing weak guys». Esta categoría tan popular a día de hoy se caracteriza por cumplir con una pauta consistente en que una linda estudiante molesta y sonroja diariamente a un chico del montón. Como es obvio para aquellos que lo han probado, el gancho consiste en observar su rutina diaria —y en gran medida de carácter íntimo—. Una rutina en la que el incordio femenino no resulta incómodo para el chico sino la mar de divertido por el juego pícaro e ingenioso en el que ambos participan y del que disfrutan. Si bien los dos intervienen la joven siempre ocupa un papel activo y el chico toma el rol pasivo. A muy grandes rasgos, este es el funcionamiento de la dinámica romántica y juvenil del citado subgénero.

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Sin embargo, para el caso específico que nos ocupa hay que entrar en mayor detalle. Cumplirlo, no obstante, requiere de presentar a la pareja protagonista: Senpai y Hayase Nagatoro. Para empezar, el protagonista, cuyo nombre es desconocido —por decisión de Nagatoro le llamamos Senpai—, es el clásico estudiante sin cualidades resaltables que puebla las comedias románticas desde hace un largo tiempo. Senpai es el chico marginado del grupo cuyas aficiones son manga, anime y videojuegos. Como muchos introvertidos, se caracteriza por su escasa capacidad comunicativa y asertividad —especialmente, al interactuar con el sexo opuesto—. De ahí que, ante sus dificultades para expresarse, opte por monólogos internos y busque la tranquilidad de lugares solitarios como la biblioteca o el club de arte. Igualmente, tendría menos problemas si Nagatoro y sus amigas no le entorpecieran. Sus preferencias —¿sabías que le gustan los isekai y los harem?— le hacen evitar actividades más sociales como ir a la playa, asistir a festivales o quedar con amigos. A menudo, prefiere dedicarse a la práctica de la pintura de bodegón y la creación de su propio manga.

Hayase Nagatoro, en cambio, implica hablar de alguien totalmente distinto. De partida, su diseño, al igual que el de cualquier protagonista femenina, contrasta respecto a su homólogo masculino quien solo sobresale por ser un gafotas con pelo lanudo. En cambio, ella tiene un gran atractivo para el lector por su piel morena, baja estatura y dientes caninos. Sin embargo, lo más importante es su sonrisa sádica y burlona junto con su amplia gama de expresiones faciales y corporales. Un rasgo que encaja con su personalidad extrovertida. Ella es muy enérgica, directa, parlanchina y posee un punto de sadismo y coquetería cuando interactúa con Senpai. Pese a esta actitud pícara, Nagatoro es una adolescente sin experiencia sexual y afectiva. De manera que acaba más nerviosa y turbada que su Senpai cuando ocurre algún accidente. En esta línea también es una chica que siempre niega sus sentimientos románticos ante los que le rodean, exteriorizando su regocijo por acciones más que por palabras. En las cuestiones no sentimentales, en cambio, se muestra abierta con su interés hacia las artes marciales, la natación y otras actividades físicas y sociales a las que intenta incorporar un desmotivado y perezoso Senpai.

Considerando lo anterior, el hábito diario de Nagatoro consiste en molestar a Senpai por medio de acciones que impliquen meterlo en apuros y le hagan sentir vergüenza al reaccionar a la situación. Ella está consciente de que cuando hay algo que le avergüenza puede tomar la ventaja y chincharle para comprobar su inacción y aumentar su bochorno. Un placer personal e irresistible. Por lo general, lo acompaña de pequeños insultos burlescos —en especial, su frecuente “asqueroso”—, collejas y golpecitos de sus brazos —en forma de fideo— y mucha insistencia para que acceda a participar. Entre las situaciones más típicas están proponerle ser su modelo, aparecer con diversos atuendos —disfraz de gato o traje de baño—, propuestas indecentes y chistes sexuales —invitarle a tomar su bebida, fingir desnudarse, levantar ligeramente la falda o retarle a hacerle cosquillas— y juegos diversos —cumplidos mutuos, juego de roles o videojuegos de lucha—. En ocasiones, las travesuras y juegos de Nagatoro se vuelven accidentalmente en su contra, compartiendo una porción de la vergüenza y el rubor que iban destinados al protagonista.

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Aquí merece la pena comentar que, en un principio, la actitud de Nagatoro se acercaba mucho más al acoso escolar que a una relación amistosa. En particular, el problema radica en los seis primeros episodios aunque a partir del tercero empieza a ir solventándose el problema. Las interacciones iniciales eran claramente incómodas para Senpai y ausentes de complicidad, constituyendo un hostigamiento en el que Nagatoro no estaba teniendo en cuenta los sentimientos de la víctima con sus ataques a la dignidad del chico. Hasta llega el punto en que le hace llorar y en el primer capítulo incluso le humilla limpiando sus lágrimas a pesar de que le dijo que se marchara. Un desmadre similar también ocurre en el capítulo dos al burlarse cruelmente de sus expectativas e insultar su dibujo. Afortunadamente, el autor y la propia Nagatoro asocian estas acciones con bullying. Para solucionarlo, opta por una mayor moderación e introducir meteduras de pata que avergüencen a la joven, pequeñas disculpas y situaciones no exclusivamente limitadas al incordio. En consecuencia, un error que finalmente fue subsanado sin ninguna presencia desde entonces.

Mayor presencia, en cambio, la exhiben los tópicos del género a los que el autor recurre para seguir conservando el interés de los lectores en las aventuras diarias de la pareja. Hablamos de episodios y arcos en los que asistimos a los eventos y situaciones típicos de las comedias románticas: maratón, festival local, festival cultural, visita al hogar, visita al templo en Año Nuevo, día en la playa, atención al enfermo, beso indirecto, San Valentín y un largo etcétera. Los tópicos también alcanzan, en gran medida, a las actividades asociadas a tales. Véase echar una carrera en el agua o pedir la aplicación de la crema solar en el viaje a la playa. Si bien algunos pueden señalar esto como un problema por la falta de originalidad conceptual Nanashi mitiga el problema gracias a la expresividad, encanto y vivacidad de Nagatoro, que es capaz de darle más vida a situaciones vistas cientos de veces. En particular, las interacciones de la pareja endulzan el corazón del lector. Un ejemplo sería el delirio de Senpai cuando la fiebre alta le hizo creer que Nagatoro era su esposa y le estaba cuidando con especial cariño y dedicación. De vez en cuando, sin embargo, esto es insuficiente porque no aplica ninguna solución a mayores para aplacar la ausencia de novedades.

También es necesario mencionar otras tantas situaciones típicas que incorporan la presencia del grupo de amigas de Nagatoro. Al igual que la hermana mayor de Nagatoro y la Presidenta, ellas son personajes complementarios que sirven para desenvolver otra clase de historias y situaciones de carácter menos íntimo. Su caracterización es muy simple y la narración no les otorga protagonismo alguno. Inicialmente, ni siquiera tenían un rostro como la mayoría de secundarios —el autor es muy perezoso en este apartado—, aunque al final se volvieron personajes recurrentes. Al igual que Toro pasan del desprecio y la cruel burla a ser unas conocidas más amistosas, aunque son algo maliciosas y su dinámica pasa por atrapar a Paisen —Senpai al revés— para divertirse a su costa hasta que el príncipe azul Nagatoro llega al rescate. Con todo, no son malas chicas y tienden a darle un empujón a la pareja ante la evidencia de sus sentimientos, sobre todo en los últimos episodios. Casi se podría decir que ahora esta es su función principal.

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Una última cuestión que, sin duda, debemos tocar es la relación y su evolución a lo largo del manga. Al igual que en muchas obras del género, las convenciones constituyen los pilares fundamentales de este romance. Una de ellas es la correspondencia de los sentimientos amorosos y la dificultad de manifestarlos mediante acciones como la confesión. Por esa razón, se mantiene la tensión romántica, sin que haya un progreso basado en cambios determinantes sino en pequeños momentos que consolidan y refuerzan lo que sienten el uno por el otro. En consecuencia, la sensación es de que ambos cada vez están más cerca, pero nunca lo suficiente para dar un paso que modifique el status quo. Es decir, que vayamos del “somos amigos” al “somos novios”. Un querer ser incapaz de materializarse fácilmente.

Esta realidad ha sido una constante de las comedias románticas desde hace décadas, e Ijiranaide, Nagatoro-san no trae ninguna novedad. Un punto que no considero negativo dado la naturaleza de la obra. Si bien, siempre y cuando no lleguemos al punto de que sus aventuras diarias carezcan de gracia y siga existiendo cierto progreso y matices —con sus ya ochenta capítulos sigue manteniendo notablemente el tipo—. Que, por cierto, si algo me gusta es que es una relación de la que se pueden extraer pequeños aspectos que el autor reitera en numerosas ocasiones. Un primer elemento sería la razón de que le gusta Senpai y porque no le llaman la atención otros chicos más “interesantes”. Me resulta curioso que adore tanto las reacciones de Senpai: desviar y ocultar la mirada, colocarse las gafas con nerviosismo, tartamudear, etc. Ciertamente es lindo, aunque solo constituye una pequeña parte del juego. Un segundo aspecto es la rutina diaria en el instituto y las nuevas experiencias que viven juntos. En las comedias románticas esto es lo más habitual para edificar y afianzar la relación. No hay duda que compartir tiempo con alguien es indicativo de un vínculo.

Dentro de esta categoría, sin embargo, me gustaría poner atención sobre aquello que demuestra un mayor grado de afecto, aprecio y preocupación por el otro. Desde lo más pequeño hasta lo que es más relevante, sin importar el ámbito. Hablamos de, por ejemplo, obsequiar regalos en fechas muy señaladas como San Valentín o Navidad o cuidar y apoyar al otro cuando está en problemas como Senpai tapando con la manta a una dormida Nagatoro o una dedicada Hayase ocupándose de que la fiebre alta de Senpai bajara mientras cambia el paño frío periódicamente. Este tipo de gestos, sin embargo, varían según el individuo sobresaliendo más en Nagatoro los celos hacia sus amigas, los alegatos para defender la dignidad de Senpai o los esfuerzos por evitar que Senpai se autodesprecie innecesariamente; y destacando más en el escolar el empeño por mejorar sus pinturas o la voluntad de ser más participativo.

Sobre lo último hay que subrayar que la amistad ha beneficiado personalmente a Senpai, ya que se está esforzando por superar sus problemas de comunicación y su ausencia de confianza. El arco del festival cultural fue un punto de inflexión por cómo se pone a prueba ante un reto difícil que le haga confiar en sí mismo y expresar lo que siente hacia Nagatoro. Los últimos episodios también insisten en el cambio de actitud y el anhelo por lograrlo en su totalidad, aunque como siempre el pronóstico advierte a los lectores de que necesitarán paciencia porque Senpai sigue necesitando de un empujón o de una pausa para decidirse. De ejemplo está la visita al templo en Año Nuevo, donde corrige su error de no invitarla para evitar sentarse a esperar como ocurrió en el festival local; pero también el viaje escolar de invierno, donde el protagonista ante sus temores de estar siendo una carga rechaza seguir esquiando con Nagatoro hasta que las amigas le hacen reflexionar. Y de hecho, esta dinámica se está repitiendo bastante, sin una dirección argumental definida y garantías de que logre corregir el problema.

En conclusión, Nagatoro-san es una obra cuyos puntos fuertes son el encanto de su protagonista femenina, la dinámica pícara entre la pareja principal y la dulzura que emana de sus interacciones. A futuro se puede esperar que esta comedia romántica siga progresando en la construcción del romance como en el carácter de Senpai mientras conserva las virtudes mencionadas anteriormente. Con todo, tras más de setenta y cinco episodios, no podemos esperar que adquiera mayores ambiciones que las exhibidas hasta el momento y, por tanto, no vamos a encontrar ningún mensaje o revelación nueva sobre el amor.
 
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