Wish you were here...una obra maestra.

Pink Floyd, “Wish you Were Here” ¿Y qué escribo yo que pueda aportar algo nuevo sobre semejante obra maestra? ¿Cuántos grupos pueden jactarse de haber construido todo un sistema solar a través de su música, donde cada nueva creación es un planeta diferente?
El siguiente paso en los cerebros de Waters, Gilmour, Wright y Mason tras haber compuesto “Dark Side of the Moon”, uno de los discos fundamentales en la historia del Rock, la antesala del iracundo “Animals”, y de “The Wall”, al cual no voy a añadir calificativos (es tan innecesario como llamar “sexy” a Scarlett Johanson), fue “Wish you Were Here”, editado en 1975, y es otro peldaño en la escalera de la creatividad y la vanguardia más absolutas, la monumental obra de Pink Floyd.
Datos y curiosidades sobre este álbum pueden encontrarse en miles de páginas, de artículos. Cualquier fan de la banda sabe que es un disco que contiene un halo, una presencia fantasmagórica que sobrevuela los surcos: la esencia del fundador Syd Barrett, expulsado varios años atrás, que se presentó en el estudio de grabación en Londres a saludar a sus ex compañeros y éstos no lo reconocieron. Estaba calvo, gordo, y tenía la mirada perdida por todas las sustancias que se había metido desde que compusiera “The Piper at the Gates of Dawn”. Les causó un impacto tan fuerte que le dedicaron la pieza central de esta obra, “Shine on you Crazy Diamond” (Sigue Brillando, Diamante Loco).
Cuentan todas las biografías sobre el cuarteto inglés que este álbum nació del cansancio y la extenuación tras la gira de “Dark Side…”, por entonces el disco más vAlfredor que se había editado, y de la confrontación entre los miembros de la banda con los manejos y el engranaje del negocio salieron las letras, tan ácidas y críticas, principalmente en los temas “Have a Cigar” y “Welcome to the Machine”

En “Welcome…”, el título lo dice todo, y en la del cigarro, contaron con la presencia de un vocalista invitado llamado Roy Harper, que estaba grabando en el estudio de al lado, y aportó un tono de sarcasmo y distanciamiento que encajó de maravilla, al tratarse de una voz diferente a las acostumbradas de Waters y Gilmour en los temas anteriores de Floyd. Aparte del tono de mofa que emplea en esos “siéntate colega, toma un cigarro, tú vas a llegar alto”, colocándose en el papel del ejecutivo cabrón que sólo piensa exprimir a los artistas que ha contratado, es revelador el momento en que canta: “¿te hemos dicho como se llama el juego? Lo llamamos montando en el tren de la carne”.

Se anticipan líricamente, pues, los conceptos tratados en “The Wall” años después, sólo somos ladrillos en el muro. Necesarios para un interés global superior del que no vamos a sacar beneficio alguno, pero prescindibles como sujetos individuales y reemplazables. Los propios Floyd hicieron saber a Harper las reglas de la Industria, pues, camino ya de los cuarenta años de haberse escrito estas canciones, afirma no haber cobrado todavía por su colaboración. Pero estamos aquí, hablando de él en el Portal ¿Qué más quieres, Roy, si tú eres de los buenos, si incluso Led Zeppelin te dedicaron un tema en su tercer disco, cuántos pueden decir eso?

¿La música contenida en “Wish you Were Here”? Pues vaya, la mencionada suite del diamante loco repartida en nueve partes –De la Uno a la Cinco al principio del disco, y de la Seis a la Nueve al final-, entre medias las también citadas “Welcome to the Machine” y “Have a Cigar”, y esa bucólica, casi campestre y pastoril tonada que es el tema título, inmortal composición sencilla, acústica y tremendamente emotiva, que lo mismo puede pasar por canción de amor, de nostalgia, de derrota, de resignación, o de aceptación, en definitiva, de todas estas emociones.

Es de los escasos temas en la historia del Rock en que cada verso, cada palabra, tiene un significado, un sentido, un concepto. Desde el verdor de los campos de nuestros sueños hasta la rudeza de los raíles de frío acero de la realidad, desde el deseo de lograr las metas hasta la fuerte imagen de la pecera que limita nuestro mundo, que emascula –castra- nuestros anhelos. Almas perdidas que año tras año vagan por el mismo sendero encontrando lo de siempre.

La frase más recordada e impactante del tema, no obstante, es “cambiaste un papel de extra en la guerra por el de protagonista en una jaula”. Pues eso. Muchas celebridades lo dicen. Se vive mejor en el anonimato, sin nadie empeñado en manejar los hilos como si fueras una marioneta. Yo le cambiaba mi piso de Madrid a Roger Waters por su mansión unos días, pero bueno. Se les entendía perfectamente en 1975, y se les sigue entendiendo ahora.

“Welcome…” y “Have…”, temas casi gemelos en la carrera de Pink Floyd, son potentes experimentos donde la banda juega con los sonidos con la maestría de siempre, y las nueve partes de “Shine…” han de ser escuchadas, vividas, interiorizadas, como un estudiante de arte interioriza las pinturas de Rembrandt, Van Gogh o Velázquez.

Cuando David Gilmour y Nick Mason pusieron en marcha la maquinaria de nuevo en 1987, ya sin el “tocahuevos” de Waters y con el miembro original Rick Wright como músico a sueldo (las cosas en Pink Floyd siempre han funcionado así), eligieron toda la primera parte de la suite, unos quince minutos, para abrir los conciertos de la gira mundial de presentación de “A Momentary Lapse of Reason”, el Lp de las camas en la portada. Escuchar el subsiguiente directo, “Delicate Sound of Thunder”, y percibir cómo la banda va desarrollando, introduciendo cada nuevo pasaje, tejiendo esas atmósferas de sintetizadores, guitarra, saxofón y teclados, que impresionan a la audiencia –pueden escucharse las continuas reacciones de admiración y sorpresa ante el despliegue del tema, pese a ser de los más conocidos-, es una experiencia obligada para todo melómano.
Imperdonable si termino la reseña sin comentar la portada de “Wish you Were Here”, obra del grupo Hypgnosis, unos artistas gráficos británicos especializados en ilustrar las cubiertas con este tipo de imágenes, aparentemente frías, asépticas, que no representan nada. Su trabajo puede contemplarse en docenas de clásicos del Hard Rock y el Metal de la época. Así, que me vengan a la mente, el “Obssession” de UFO, “Houses of the Holy” de Zeppelin, o los dos discos “malditos” de Ozzy en Black Sabbath: “Technical Ecstasy” y “Never Say Die”.

Paso, en el día de hoy, de poner las cosas fáciles. Ni un jodido enlace. A buscarse la vida, porque estamos ante un “must”, un Cd obligado en cualquier colección musical. El que no tenga interés en sumergirse en este disco que apague el ordenador o teléfono móvil y se vaya a limpiar las tumbas de Rick Wright y Syd Barrett. Por lo menos que aporte algo a la sociedad.

(Tomado del Portal del metal)
 
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