Cruzar de piernas

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Cruzar de Piernas

Cruzaba mucho las piernas, no sé si se daba cuenta de que su rojo, se notaba menos que su tristeza, sus pies, no dejaban de oscilar, cómo apurando a alguien en su caminar, se sentó al final, como para que las miradas de los curiosos no le cruzarán por al lado, lejos, cerca de el puesto de helado, yo por mi parte permanecía en el mismo lado del bar, bebida en mano, pero más tranquilo que ella sentado, yo no esperaba a nadie, ni merecía tampoco ser esperado.
Levanta su mano, pide algo, la botella que le sirven parece ser algo extraño, un añejo de muchos años, encendiendo a la vez un cigarrillo le da un trago, yo sigo con mi inspección a su cuerpo, me siento emocionado
¿ Cuándo fué la última vez que una cintura así se despertó a mi lado?
Mierda... Miró para acá, me limito a mirar hacia otro lado, y llamo a la camarera, Liza, (Buena chica ella),
Le pido un trago, porsupuesto, el mío, mucho más barato, un escritor, en estos tiempos no puede estar despifarrando.
Me doy cuenta de que ella ríe, seguro de mi falso interés mal interpretado, menos mal que aquél octubre no intenté las clases de teatro, no me queda más que reír también, la maldita tiene una risa hermosa como el diablo.
Se olvida de mí, (Como todas) y vuelve a su continua rutina, examina que en el reloj los segundos ya se hacen horas, pero continúa pidiendo tragos que desde hace rato ya habían superado lo que cobro casi en un año.
Suena la campanilla del frente, la que ayudé a poner a Liza, para avisarle cuando llegaran los clientes, un hombre, de aspecto diferente a todos los del bar, incluyéndome, a su lado parecíamos indigentes.
Parece ser un empresario, de esos con mucho dinero, carros, dos hijos, una mujer modelo y una amante engañada por algún divorcio planeado y ella no parecía ser una esposa, aunque su vestido fuera, al parecer importado, típico de telenovelas para ver algún sábado.
Al parecer había llegado el motivo del alterar de sus piernas, pero no veo amor, no veo mariposas alrededor, parece una mesa de conferencia, dónde venden un alma al mejor postor.
Algunas palabras, algunas lágrimas, de ella, esos hombres perdieron el órgano para llorar, él saca una billetera, cara, pone dinero en la cuenta, mira para acá, pero me importa un carajo que se diera cuenta de que su cara me ponía la barriga enferma.
Se dió la vuelta y se fué, la dejó sola, la conferencia al parecer había concluido, ningún alma, al parecer se había vendido, solo se demolieron algunos negocios, y una epopeya había terminado, sin bombas, sin sangre, sin más ningún ruido de lo acordado.
Miró hacia arriba, como si las preguntas a todas sus repuestas, en el techo de aquél bar, estuvieran puestas, se levantó, se dirigió como un colonizador a su nuevo pedazo de tierra, y al parecer tenía todas las intenciones de conquistar esta, tomó asiento, llamó a Liza, nos pidió un trago, me sentía como una presa indefensa delante de esta tigresa
-Me llamo Vanessa- Me dijo.

Cruzó las piernas...
 
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